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Artículos recientes

Cinematófilos, el neswletter

En unos días este blog tendrá un desprendimiento: Cinematófilos también será un newsletter. Saldrá una vez por semana, todos lo sábados a la mañana, a partir del 17 de julio.

La idea es simple. Cada semana, en tu casilla de correo electrónico, te recomiendo una buena película, en general poco vista o algo olvidada, te digo cómo podés verla en buena calidad y con subtítulos, y te mando un texto (para leer en 10 o 15 minutos) con información y análisis para acompañar el visionado. Todo gratis.

Quienes estén interesados se pueden suscribir acá: https://cinematofilos.substack.com/subscribe

Después de que se suscriban recibirán un correo de bienvenida en el que explico un poco más en detalle cuáles son las intenciones del newsletter. ■

Hollywood en Don Torcuato: el libro

En los últimos años estuve investigando la serie de películas que el mítico Roger Corman produjo en Argentina en los años ochenta asociado con Aries, la empresa de Fernando Ayala y Héctor Olivera. Ese trabajo terminó siendo un libro que ahora decidí publicar en formato digital, gratis.

Portada de 'Hollywood en Don Torcuato'Se titula Hollywood en Don Torcuato – Las aventuras de Roger Corman y Héctor Olivera. En su momento se lo ofrecí a algunas editoriales, que no mostraron interés, y lo presenté en algún concurso, también sin suerte. Tenía la idea de autoeditarme en papel, pero nunca tuve la guita para hacerlo, y ahora el contexto de la pandemia empeora las cosas. Así que decidí lanzarlo así, gratis, en digital. Más adelante, cuando todo esto pase, veré si puedo imprimir al menos una tirada chica.

Con guerreros y amazonas, magos y hechiceras, narcotraficantes y agentes encubiertos, asesinos y mujeres fatales, Hollywood -o al menos algo bastante parecido- desembarcó en Buenos Aires de la mano de Corman como nunca lo había hecho y jamás volvería a hacerlo en la historia del cine nacional. Toda esa historia se cuenta en cerca de 240 páginas que incluyen 26 testimonios originales de actores, técnicos y artistas argentinos y extranjeros involucrados en esos rodajes. El libro tiene además 65 imágenes (una buena parte, inéditas) y mucho, mucho material de archivo.

Mi interés en el tema había comenzado hace más de una década, cuando publiqué una serie de entradas en este blog que narraban esa historia. Pero aquellos textos tienen varias inexactitudes, algunos errores y, sobre todo, un tono que hoy no me gusta. En este libro traté de subsanar todo eso, y además profundicé en las historias y los personajes involucrados e indagué acerca de los motivos de esa curiosa -para algunos, insospechada- asociación entre el rey de la clase B y la productora de cine nacional más exitosa de los años setenta y ochenta.

Pueden descargarlo acá, gratis, en dos versiones: una en formato PDF, maquetado como un libro tradicional y con imágenes; y otra en EPUB, por si quieren leerlo en un e-reader. Y, por supuesto, están invitados a compartirlo con quien quieran. ■

Charla de Nanni Moretti en el Bafici


Nanni Moretti es el invitado más importante de esta 19° edición del Bafici, y probablemente uno de los más relevantes de la historia del festival de cine porteño. Figura central del cine italiano de las últimas cuatro décadas, autor de obras maestras como Palombella rossa, Moretti ofreció dos charlas en este Bafici. La primera fue el jueves a la noche, en el Village Recoleta, y se puede ver acá. La segunda ocurrió el viernes a la tarde en el Auditorio El Aleph, del Centro Cultural Recoleta, con la excusa de la presentación del libro Ecce Nanni: El testigo crítico. Acompañado por el director del festival, Javier Porta Fouz, y el crítico y realizador Sergio Wolf, Moretti se refirió entre otras cosas a sus documentales La cosa y The Last Customer, contó divertidas anécdotas de la filmación de Palombella rossa y, por supuesto, habló de política. En el video que abre este post se puede escuchar el audio completo de la charla. ■

Sexo, ruindades y video: tres grandes sitcoms no convencionales

Si alguien viera hoy un episodio de I Love Lucy (1951-57) e inmediatamente después uno de The Big Bang Theory (2007-) no encontraría, superficialmente, demasiadas diferencias. Las cinco décadas que separan el final de una serie del inicio de la otra -cada una, en su momento, la más exitosa de la televisión estadounidense- no parecen haber marcado una evolución demasiado evidente en el formato. Es claro que la historia de Sheldon y los otros nerds trata algunos de los temas (el sexo, por ejemplo) de un modo más directo que la de Lucy y Ricky Ricardo, pero la esencia, en gran medida, sigue siendo la misma: historias que se plantean, desarrollan y clausuran en veintipico de minutos, inevitablemente con un final feliz o, al menos, uno que deja a todos relativamente satisfechos; filmación en interiores (siempre habrá un sofá plantado frente a las cámaras) que no se preocupa demasiado por disimular su falta de verosímil ni por romper la rutina del plano-contraplano; y risas grabadas que subrayan no sólo los momentos cómicos, sino además la intensidad de esa comicidad.

Es que la evolución de la sitcom, sobre todo en Estados Unidos, en general tendió a ser más temática que formal. Cada nueva historia integraba algún personaje o asunto más acorde con su presente, aunque la forma siguiera siendo más o menos la misma. Así, se suele considerar que The Honeymooners (1955-56) fue la primera en representar de modo no idílico a un matrimonio de clase trabajadora, The Mary Tyler Moore Show (1970-77) ofreció el retrato de una mujer soltera e independiente, All in the Family (1971-79) se metió con temas de candente actualidad política y social, y el rotundo éxito de The Cosby Show (1984-92) permitió el surgimiento de otras series con elencos mayoritariamente negros. Las novedades formales tardaron algo más en llegar, y en general lo hicieron desde los márgenes (en Estados Unidos, la TV por cable). Quizá el caso más notable sea el de It's Garry Shandling's Show (1986-90), que con su constante autoconciencia inauguró un camino que hoy parece algo congestionado.

Las sitcoms son una de las formas más refinadas de la comedia. Y también uno de los géneros televisivos por excelencia. En sus orígenes pueden rastrearse influencias teatrales y radiales, pero el género es impensable fuera de la pantalla chica. A tal punto es así que verlas de otro modo (una maratón en video o en streaming) limita la experiencia, porque la repetición desnuda sus limitaciones. Un atracón de episodios deja al descubierto sus mecanismos, y el efecto cómico se debilita. Después de ver, por caso, una extensa seguidilla de Seinfeld (1989-98), uno advierte que casi todas las escenas que involucran a Kramer cierran con un gag físico, y la sorpresa se licua. Por eso la mejor forma de disfrutarlas es del modo en que se emiten por TV: un episodio por semana.

Esta breve introducción de tono enciclopédico viene a cuento de que, a la par de los cambios en la forma de consumir televisión, en las últimas décadas las sitcoms han evolucionado como nunca antes. Acaso el ejemplo más acabado sea Louie (2010-15), la extraordinaria serie de Louis C.K. Pero no es el único. A continuación van otras tres series, quizá no tan conocidas en Argentina, que de algún modo intentaron trascender el corsé de las convenciones. Las tres, además, son muy buenas, lo que ya es excusa suficiente para dedicarle estas líneas.

Coupling (BBC Two, 2000-2004)

Coupling

Buena parte de la crítica se apuró en calificar a esta sitcom como la Friends (1994-2004) británica, pero en realidad sería más preciso definir a How I Met Your Mother (2005-14) como la Coupling estadounidense. Porque si bien acá también hay seis amigos solteros (tres hombres y tres mujeres) de alrededor de 30 años que intentan conseguir pareja, lo que distingue a la serie es el uso de algunos recursos no del todo frecuentes en el formato. Es notable sobre todo la manipulación del punto de vista, que alcanza su punto más alto en el extraordinario "Nine and a Half Minutes", primer episodio de la cuarta y última temporada: la misma situación se narra tres veces desde diferentes personajes, y en cada una adquiere un sentido distinto (lo que hace que algunas situaciones sean graciosas por triplicado). "Split", el primer capítulo de la tercera temporada, cuenta la separación de una pareja completamente en split screen: una parte de la pantalla sigue a ellas y la otra a ellos durante una noche. A esta variedad de recursos formales se suma un uso extraordinario de la palabra y sus distintas acepciones, y un tono bastante más zarpado que en similares series estadounidenses. La cuarta temporada es la más floja, en gran medida porque se bajó el actor que interpretaba a Jeff (un personaje tan traumado y sexualmente frustrado que hace que cualquiera de los nerds de The Big Bang Theory parezca el encargado de relaciones públicas de un boliche) y porque la serie comenzó a apelar demasiado a la alegoría. Pero el conjunto es notable. Acá se la pudo ver hace unos años por I-Sat.


It's Always Sunny in Philadelphia (FX, 2005-)

It’s Always Sunny in Philadelphia

Descubrí demasiado tarde esta sitcom, que acaba de concluir su decimosegunda temporada y promete al menos dos más. Por ahora sólo pude ver una veintena de episodios (hasta mediados de la tercera temporada, más o menos) y es genial. Si hubiera que referenciarla con otras series -un ejercicio tentador aunque no siempre útil- diría que se ubica en algún sitio impreciso entre una versión salvaje de Seinfeld y el existencialismo de Louie. Charly, Mac y los mellizos Dennis y Dee, dueños de un poco prestigioso pub irlandés en la ciudad del título, son capaces de las peores ruindades, y cuando en la segunda temporada aparece Frank (Danny DeVito), padre de los hermanos, las cosas no hacen más que empeorar. Filmada con una sola cámara, con muchos exteriores y sin risas grabadas, It's Always Sunny in Philadelphia también se diferencia de las sitcoms clásicas en la ausencia de finales felices y en que jamás pretende generar empatía con los personajes. Apenas un ejemplo: en "Dennis and Dee Go on Welfare", tercer episodio de la segunda temporada, los mellizos se hacen adictos al crack para poder cobrar un seguro social. Se trata de un tipo de humor -zarpado, impredecible, en ocasiones político y con frecuencia incómodo- que la televisión estadounidense sólo se permite en el cable.


Episodes (Showtime/BBC Two, 2011-2017)

Episodes

Inscripto tangencialmente en la tradición de It's Garry Shandling's Show, Seinfeld y Curb Your Enthusiasm (1999-2011), entre otras series, aquí Matt LeBlanc hace de sí mismo. O, para ser precisos, de una versión ficcionalizada de sí mismo, que viene a ser algo así como un Joey Tribbiani salvaje, desvergonzado y arrogante. La historia comienza cuando una pareja de guionistas británicos se muda a Los Ángeles para adaptar "Lyman's Boys", una premiada sitcom que habían estrenado en Londres. Apenas instalados advierten que la feroz industria televisiva de este lado del Atlántico va a devorarlos, a ellos y a sus ideas. Y el primer problema se presenta cuando los productores les imponen a LeBlanc, que vuelve a la pantalla luego del fiasco de Joey (2004-06), como el protagonista de la serie. A partir de ahí se suceden todo tipo de conflictos, lo que le permite a Episodes reírse de la propia televisión. Sin risas grabadas, con puteadas y algún desnudo, la serie se aparta de la tradición clásica. Pero acaso el mayor mérito de esta nueva creación de David Crane (uno de los cerebros detrás de Friends) y su pareja Jeffrey Klarik sea ratificar que no hay chistes viejos o nuevos, sino buenos o malos. En Episodes hay humor en torno al tamaño del pene de LeBlanc, acerca de una mujer ciega o sobre cuestiones escatológicas, y siempre funciona porque tiene el tono y el timing adecuados. Y como plus se puede disfrutar de la presencia de Kathleen Rose Perkins, una comediante extraordinaria que el cine y la TV aún no terminaron de aprovechar. La quinta y última temporada de Episodes se presentará a fin de mes en el Festival de Tribeca, pero aún no hay fecha confirmada para su estreno televisivo. ■

Sin novedad en el frente

Felicity Jones en 'Rogue One'

El estreno de Rogue One, spin off o desprendimiento de la saga de La guerra de las galaxias, parece confirmar que el universo ficcional creado por George Lucas hace 40 años no tiene nada nuevo para ofrecer. Ya se había visto en El despertar de la fuerza: en lugar de expandir o enriquecer ese mundo fantástico, la nueva trilogía se conforma con canibalizarlo. Se trata más de un ejercicio de nostalgia que de una estrategia narrativa, y el resultado no deja de ser triste: la maravillosa telenovela espacial ha perdido su encanto para transformarse, acaso definitivamente, en apenas un objeto de consumo.

Sobre todo esto escribí en Hacerce la crítica. Lo pueden leer acá. ■

Dos agentes entre las sombras


Esta tarde vi por primera vez T-Men (1947), de Anthony Mann, que en Argentina se estrenó como Mala moneda. La película es famosa, entre otras cosas, por el extraordinario trabajo -por momentos casi experimental- del gran director de fotografía John Alton, como se puede apreciar en el video que abre este post. Pero también es un notable ejemplo de por qué en el cine negro -como planteó Paul Schrader en su célebre ensayo- importan más el estilo y los detalles que la historia, a punto de que con frecuencia la contradicen. Acá la historia es la de dos agente del Tesoro de Estados Unidos que se infiltran con el objetivo de desbaratar una banda de estafadores. Hay una voz en off casi institucional que recorre todo el relato y destaca el profesionalismo y la entrega de los agentes para combatir el delito. Y al final, claro, ganan los buenos, porque el que las hace las paga. Pero en el medio vemos cómo uno de los agentes finge no reconocer a su esposa para evitar que lo descubran, y cómo, poco más tarde, su compañero casi no se inmuta cuando lo asesinan a sangre fría. Lo que demuestra que Mann estaba más interesado en la deshumanización absoluta de los agentes que deben trabajar encubiertos que en su supuesto heroísmo. ■

Cómo filmar Buenos Aires: dos policiales porteños

Demián Bichir y el Chino Darín en 'Muerte en Buenos Aires'

Muerte en Buenos Aires (2014) es una película extraña. Descoloca ya desde los primeros minutos, porque uno no sabe bien de dónde agarrarse. No puede ser tomada del todo en serio, pero tampoco demasiado en broma. ¿Pretende aferrarse a la estructura del policial, un whodunit detectivesco más o menos clásico? ¿O quiere ser una parodia del género? En el dificultoso camino que queda entre las dos preguntas se mueve la película: hay códigos genéricos y también algo burlón, todo junto y al mismo tiempo, en un mejunje mucho más consciente (y consistente) de lo que puede suponerse.

Ahí está el Chino Darín como una especie de femme fatale. Mónica Antonopulos (una actriz que el cine debería aprovechar mucho más), que podría ser la seductora, traicionera y letal villana, parece más bien una cop buddy. Y protagoniza el detective, obviamente duro y no muy apegado a la legalidad, interpretado por un actor mexicano (Demián Bichir) que apenas puede lidiar con el castellano rioplatense. Todo esto, que de casual no tiene nada, tendría que alcanzar como motivación para intentar pensar la película desde otro lugar, algo que la mayor parte de la crítica no hizo. Es muy sencillo y hasta perezoso caerle a Muerte en Buenos Aires por sus supuestas deficiencias. Los buscadores de inverosimilitudes encontrarán una en cada plano. Pero, vamos, ¿en serio creen que la escena de los caballos corriendo por Diagonal Sur -una de las cosas más desquiciadamente hermosas del cine nacional reciente- es pretenciosa?

También está la Buenos Aires de fines de los ochenta, aunque no hay una intento por lograr una representación fiel de la época. Luces de neón por todos lados, el detective en una cupé Fuego roja, la omnipresencia de sintetizadores y una serie de secundarios identificados con esos años (Emilio Disi, Gino Renni, Luisa Kuliok) dejan claro que la década está siendo invariablemente vista desde el presente. Es muy difícil hacer cine de época en Buenos Aires, porque la ciudad -despreocupada por su pasado- cambió demasiado en los últimos años. Siempre está el riesgo de que una moderna torre vidriada o un acondicionador tipo split colgando de algún frente se cuelen en el plano, y los remiendos digitales son caros y no siempre convincentes. La debutante Natalia Meta transformó esa dificultad en una virtud: Buenos Aires se muestra desde ángulos raros, a veces insólitos, que más que ocultar el paso del tiempo aportan al clima enrarecido de la película (y hasta ofrecen alguna pista narrativa). Nada es lo que parece en Muerte en Buenos Aires.

Benjamín Vicuña y Germán Palacios en 'Baires'

Baires [1], estrenada el año pasado, comparte algunas cuestiones con Muerte en Buenos Aires. Es otro policial ambientado en la ciudad, está de fondo el tema del tráfico de drogas e incluso hay un protagonista extranjero, el chileno Benjamín Vicuña. Mirada con ganas Sabrina Garciarena podría ser una femme fatale, y el subcomisario de Germán Palacios es otro tipo duro, no muy atento a las garantías civiles aunque generoso.

Pero acá, en cambio, todo es lo que aparenta, y no puede esperarse otra cosa que lo que finalmente ocurre. No porque la película vaya sembrando sutiles indicios que sólo un espectador atento podría advertir, sino por su ausencia absoluta: es todo tan lineal que sólo queda esperar el giro brusco sobre el final. Los clichés son eso, clichés, y no aparece nada -ni distancia, ni ironía, muchos menos humor- que pueda sugerir algo diferente. Hay una estilización en el recurrente uso de la cámara lenta que pretende disimular la falta de ideas (por ejemplo, para filmar un tiroteo), y Buenos Aires se muestra con una serie de tomas aéreas que por piedad podrían calificarse de turísticas. Qué mal le están haciendo los drones al cine. ■

[1] El uso del apócope Baires ya predispone mal: luego de haber visto el monumental Los Angeles Plays Itself (2003), uno de los mejores documentales cinéfilos de la historia, toda mención abreviada del nombre de una ciudad pasó a ser sospechosa.

Mar del Plata 2016 #1: Cine publicitario recuperado

Publicidad de la colonia Valet

La publicidad se vuelve atractiva cuando pierde su razón de ser; es decir, cuando ya no intenta vendernos algo. El paso del tiempo torna obsoleto su objetivo esencial -convencernos de que necesitamos comprar tal o cual cosa- y entonces aparecen en los avisos otros valores. Por eso mirar viejas publicidades televisivas es interesante: sus pretenciones comerciales ya no importan y el spot se transforma, entre otras cosas, en un documento histórico, un inventario visual, sonoro y simbólico.

Desde hace unos años el Museo del Cine de Buenos Aires viene rescatando una enorme cantidad de avisos a partir de la donación de los archivos fílmicos de los Laboratorios Alex y de la productora diMar. La notable tarea de relevar, catalogar, seleccionar y digitalizar todo ese material está a cargo de Raúl Manrupe, investigador y especialista en publicidad. Y en la reciente edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata se presentó la segunda parte de ese trabajo: Cine publicitario recuperado II.


En un programa de poco menos de una hora, Manrupe compiló cerca de 50 avisos realizados entre 1963 y 1986. Verlos todos juntos, de corrido, es en primer lugar un viaje nostálgico. La publicidad puede ser ignorada, incluso despreciada, pero es difícil que alguien no se conmueva cuando vuelve a escuchar ese jingle que lo acompañó en la infancia o recuerda aquel producto que hace rato dejó de fabricarse. El paso del tiempo es clave y resignifica todo, porque la publicidad es efímera: aunque suele ser conservadora (por ejemplo, todavía hoy apela a un modelo clásico de familia que se hizo añicos hace décadas), intenta capturar una contemporaneidad estética que casi de inmediato queda rancia. Testimonio de modas pretéritas, de momentos y personajes de la cultura popular, los comerciales suelen ofrecer con los años una comicidad involuntaria que los vuelve encantadores. Como el spot de sensualidad rabiosamente ochentosa que Luis Puenzo dirigió -con Silvana Suárez paseando su belleza de Miss Mundo en pleno destape democrático- para el licor Tía María.

En Argentina el asunto cobra especial relevancia, porque la publicidad es una industria que desde hace más de ocho décadas ofrece una continuidad de producción que el cine nunca logró. Fue y sigue siendo una fuente de ingresos más o menos estable para directores, actores y técnicos que desarrollaron una trayectoria en el cine. Puenzo, Fernando "Pino" Solanas, Ricardo Becher, Néstor Paternostro, Juan José Jusid, Eliseo Subiela, Juan José Stagnaro, Carlos Sorín y Fabián Bielinsky, entre muchos otros, filmaron decenas de avisos para televisión antes, durante o después de sus películas más significativas. Otro ejemplo: Félix Monti, uno de los más grandes directores de fotografía de nuestro cine, puso su talento al servicio de un corto de Cinzano de 1983 que aún hoy sorprende por sus efectos especiales.

La relación entre el cine y la publicidad también pasa por lo estético: muchas veces los comerciales copiaban sin remordimiento las modas que imponía la pantalla grande. Becher y el productor Guillermo Smith -responsables de Tiro de gracia- intentaron apropiarse con algo de humor del estilo James Bond para una serie de la colonia Valet de fines de los sesenta. Un spot de telas Acrocel de 1966 presenta a unas coloridas modelos en los cerros de Bariloche y las filma casi como en una película de Antonioni. Un comercial de Jockey de 1972 muestra a un trío de jóvenes y bellas amigas que salen a caminar por la playa de noche, y la estética algo desprolija se asimila al cine del New Hollywood. Este aviso dirigido por Carlos Martín es relevante además por otros motivos: una de las protagonistas es Marie Anne Erize Tisseau, modelo y militante montonera (combinación imposible en este nuevo siglo) que fue desaparecida por la última dictadura. Se cree que es el único registro fílmico que existe de ella.


Pero además la creatividad de entonces parecía más transparente: en general, apuntaba a resaltar los supuestos beneficios comparativos de un producto. En 1970 el aviso del puré instantáneo Chef no sólo explicaba -quizá por tratarse de una novedad- cómo prepararlo, sino que además destacaba una ventaja inverosímil: prepararlo es tan sencillo que en lugar de perder tiempo pelando papas permite ganar tiempo en las vacaciones (si uno, claro, decide seguir una dieta basada exclusivamente en este tubérculo). Una plancha ATMA, según la presentó Stagnaro, ofrecía con su vaporizador incorporado resultados de tintorería. El sorprendente corto de la Chevy cuatro puertas de 1972 la comparaba, sin nombres propios, con el Ford Falcon, y concluía que la creación de la General Motors era más cómoda, estaba mejor equipada y consumía lo mismo. Esa cierta ingenuidad en el mensaje contrasta con lo que solemos ver hoy: cremas corporales para triunfar en la vida, medicamentos de venta libre para ser un mejor padre o autos que te conducirán invariablemente al éxito. ■

10 buenas películas de terror que probablemente no viste (y deberías)

Internet está plagada de listas cinéfilas. Entre ellas suelen abundar las vinculadas al cine de terror, y en particular las que intentan rescatar películas algo olvidadas. Cosas del tipo Best Unknown Horror Movies o Scariest Films You've Never Seen. El problema es que a veces esas listas incluyen películas como El ente o El intermediario del diablo, que cualquier seguidor del género que se precie debería conocer. Entonces decidí armar este post, con films realmente poco vistos.

Para establecer un criterio de selección, sólo incluí películas que tengan menos de dos mil votos de usuarios en la Internet Movie Database. El tope es un poco arbitrario, porque el users rating es más preciso para determinar popularidad cuando se aplica al cine estadounidense que al del resto del mundo. Pero al menos sirve para tener una idea de qué tan conocida -o, en este caso, desconocida- es una película. No pretendo descubrir obras maestras olvidadas, pero al menos intentar darle alguna visibilidad a films que merecen más reconocimiento del que tienen (al menos fuera del circulo de los seguidores más hardcore del género).

No todos los títulos pertenecen al terror puro y duro, sobre todo si tomamos la definición del género que lo vincula con lo sobrenatural. Algunos estás más cerca del thriller, otras del drama psicológico. Pero todos incluyen claros elementos del cine de terror. En última instancia, el género también puede definirse por el efecto que pretende generar en el espectador. Y las diez películas mencionadas abajo -en un orden aproximado de preferencias- intentan aterrar, estremecer o al menos perturbar. Y lo consiguen.


10. The Witch Who Came from the Sea (1976), de Matt Cimber

'The Witch Who Came from the Sea ', de 
Matt Cimber

Esta historia de una mujer atormentada por los abusos que sufrió en su infancia tiene algunas características del mejor cine estadounidense de los setenta: libertad formal y ambigüedad narrativa. Todo empaquetado dentro de las limitaciones del bajo presupuesto y cierta intención exploitation que el director ya había explorado en obras anteriores (como el documental porno Man and Wife, que cada tanto exhiben en el Malba). El resultado es extraño pero convincente. The Witch Who Came from the Sea apenas era recordada -aunque muy poco revisitada- como una integrante de los infames video nasties británicos. Pero como señalaron en Slant Magazine, la película puede verse hoy como una precursora -bastante superior- de Under the Skin.


9. Dark Waters (1993), de Mariano Baino

'Dark Waters', de Mariano Baino

Luego de la muerte de su padre, una joven inglesa decide viajar a un convento ubicado en una remota isla del Este europeo con una doble intención: indagar sobre su infancia (ella nació allí) y saber por qué su padre les donaba dinero a las monjas que manejan el lugar. Esta curiosa coproducción ruso-británico-italiana, filmada en Ucrania poco después de la caída del muro y hablada mayormente en inglés, es más una sucesión de grandes secuencias que una historia. Cada escena parece una digresión para crear fascinantes y extrañas atmósferas más que un modo de hacer avanzar la historia. Y muchas de las imágenes de Dark Waters son tan potentes e imaginativas que poco importa que, de a ratos, se haga algo difícil entender qué corno está pasando o por qué los personajes hacen los que hacen.


8. Dance of the Damned (1989), de Katt Shea

'Dance of the Damned', de Katt Shea

El punto de partida es extravagante: el encuentro, durante una sola noche, de una stripper que piensa en suicidarse y un vampiro que planea matarla pero antes quiere saber qué se siente al estar bajo la luz del sol. Se trata de una pequeña joya lamentablemente olvidada, que cruza con inteligencia el terror y el drama existencialista. La directora, Katt Shea, era una actriz del montón que decidió empezar a encarar sus propios proyectos y convenció a Roger Corman de que le diera una oportunidad. Dance of the Damned (literalmente, "Danza de los condenados") nunca tuvo edición en DVD, y en Argentina se la pudo conseguir en VHS con el mentiroso título de Drácula vuelve de la tumba. Hay una remake muy inferior, Durmiendo con un vampiro, producida en 1993 y que aquí es más conocida que la original porque solía programarse con frecuencia en las trasnoches de I-Sat a fines de los noventa.


7. Laurin (1989), de Robert Sigl

'Laurin', de Robert Sigl

En un indeterminado pueblito europeo de principios de siglo, una mujer muere en lo que parece ser un accidente. Entonces su pequeña hija Laurin, de 9 años, comienza a sufrir pesadillas que le sugieren que se trató de un asesinato. Y la llegada de un misterioso militar retirado para hacerse cargo de la escuela del lugar no hace más que enrarecer las cosas. A partir de este disparador, el alemán Sigl construyó un perturbador coming of age que parece beber de fuentes tan diversas como Vampyr, de Dreyer, el terror gótico, los cuentos de hadas y las primeras obras de Herzog. Laurin se filmó con dos mangos en Hungría, y su elenco cuenta con un buen número de actores no profesionales. Pero éstas y otras limitaciones, aunque a veces visibles, no limitan la potencia de la película.


6. Next of Kin (1982), de Tony Williams

'Next of Kin', de Tony Williams

Alguna vez Quentin Tarantino, fan declarado del cine de explotación australiano (ozploitation para los amigos), comparó a esta película con El resplandor. Exageró, pero no tanto. Aquí también hay una mansión tenebrosa, que no es un hotel sino una casa familiar convertida en asilo a la que llega la hija de la fallecida dueña. Hay recursos visuales sencillos pero ingeniosos, más suspenso que sorpresa y un score electrónico de Klaus Schulze que por momentos parece disociarse de las imágenes. Con todo esto, Williams construyó un clima que se va enrareciendo paulatinamente hasta desembocar en un desenlace a todo trapo, que culmina en una toma final de extraordinaria y sutil belleza.


5. The Damned House of Hajn (1988), de Jiří Svoboda

'The Damned House of Hajn', de Jiří Svoboda

Un hombre de negocios de Praga se enamora de la hija de una familia aristocrática venida a menos. Se casan, se van a vivir juntos a la maldita mansión del título y de a poco comienza a desatarse la locura. Con un estilo visual agobiante (la insistente cámara en mano casi no se despega de los personajes), Svoboda narra la historia de la decadencia de las clases pudientes y de un hombre, el protagonista, condenado a la cordura en medio de la demencia familiar. The Damned House of Hajn -también conocida en inglés como Uncle Cyril- podría situarse en el terreno del drama psicológico, pero hay un sugerido elemento sobrenatural que empuja todo hacia el horror.


4. White of the Eye (1987), de Donald Cammell

'White of the Eye', de Donald Cammell

Cammell filmó poco pero bueno antes de llevar el caño a su sien apretando bien las muelas: Performance, La generación de Proteo. White of the Eye, su tercera película, es la historia de una pareja de un pueblito de la desértica Arizona cuya aparente felicidad se rompe en mil pedazos cuando el esposo aparece como sospechoso de una serie de crímenes. Se trata de un thriller con elementos de horror (y alguna muerte muy a lo Dario Argento, como muestra la imagen) que sobre el final se acerca al cine de acción. Y aunque la trama puede parecer medio simplona, se mantiene sólida gracias a una puesta en escena estilizada, una atmósfera opresiva, el uso insistente pero preciso de la Steadicam y la música de Rick Fenn y Nick Mason. En Argentina fue editada en VHS con el título de Sudor frío.


3. Variola vera (1982), de Goran Markovic

'Variola vera', de Goran Markovic

En un hospital de Belgrado se detecta un caso de viruela, y todos los que están adentro (médicos, enfermeras, pacientes, incluso un vendedor de libros) deben guardar cuarentena. Variola vera es una película de epidemias, más cerca del ascetismo de La amenaza de Andrómeda que del espectáculo de Contagio. Pero tiene tantos elementos del cine de terror que bien podría considerarse dentro del género: la música, los climas, las tensiones de los personajes en el encierro, los enfermos que acechan por el hospital casi como zombis. El serbio Goran Markovic volvió a apropiarse de muchas convenciones del horror unos años más tarde para narrar la historia de un trastornado profesor de piano (y quizá la historia misma de Yugoslavia) en Déjà Vu (1987), otra buena y no muy conocida película que bien podría integrar esta lista.


2. Messiah of Evil (1973), de Willard Huyck

'Messiah of Evil', de Willard Huyck

Una mujer viaja a visitar a su solitario padre a un pueblito costero de Estados Unidos. Pero cuando llega no lo encuentra, y en base a un desconcertante diario que él dejó -especie de travesía personal hacia la locura- comienza a buscarlo. Messiah of Evil debería figurar entre las grandes joyas del terror estadounidense de los setenta, pero luego de un estreno con escasa repercusión la película se consideró perdida y apenas sobrevivió en pésimas ediciones en VHS. Recién en 2008 fue restaurada a partir de una copia en 35 mm y editada en DVD, lo que permitió redescubrirla en todo su esplendor. Los climas, el uso del espacio, los encuadres en scope, la banda sonora, los silencios y dos escenas de asesinatos notables (la primera, en un supermercado, se adelante a lo que luego profundizaría magistralmente George Romero en El amanecer de los muertos), entre otros aciertos, se imponen largamente por sobre algunas torpezas narrativas y baches del guión. Una obra maestra del cine de zombis moderno.


1. Star Time (1992), de Alexander Cassini

'Star Time', de Alexander Cassini

El recorrido de esta película fue cruelmente breve: se exhibió en el festival de Sundance, tuvo unas pocas funciones de medianoche en un puñado de ciudades estadounidenses y luego fue a morir al VHS. Tremenda injusticia, porque Star Time es una gran obra que Jonathan Rosenbaum, siempre lúcido, definió como una cruza entre El rey de la comedia y Henry, retrato de un asesino. Un joven perturbado por la cancelación de su sitcom favorita decide suicidarse. Pero cuando está parado en la cornisa, a punto de saltar, aparece un misterioso personaje que le ofrece la posibilidad del estrellato: todo lo que debe hacer es salir a matar. Filmada con un presupuesto bajísimo y un elenco casi desconocido, Star Time es una mirada feroz sobre la televisión y su influencia que hoy, más de dos décadas después, quizá sea incluso más elocuente. Se apropia de algunos tópicos del cine de terror (particularmente del slasher) pero no los termina de abrazar del todo, y ahí está parte de su genio: tratar la violencia sin mostrarla explicitamente. Difícil de conseguir*, decidí subirla a YouTube, donde puede verse en una calidad decente aunque sin subtítulos en castellano.


Bonus: Angst (1983), de Gerald Kargl

'Angst', de Gerald Kargl

Hay tantas ideas visuales en esta película que es difícil creer que fue filmada hace más de tres décadas y no la semana pasada. No hay un solo plano convencional, y el uso recurrente de la SnorriCam (o algún dispositivo similar) le otorgan una modernidad que aún hoy sorprende. Pero Angst es mucho más que su parafernalia estética, porque todo está puesto al servicio de la intención de meterse en la mente de un asesino serial. Incluyendo el uso extraordinario de la voz en off, generalmente disociada de lo que vemos, y la música electrónica de Schulze (que Michael Mann usaría parcialmente luego en Manhunter). En el momento de su estreno fue prohibida en varios países, y durante años permaneció como una película maldita a la que sólo se podía acceder en dudosas copias en VHS. Uno de los principales entusiastas de este único largometraje de Kargl fue Gaspar Noé, que lo "homenajeó" sin tapujos en Solo contra todos. Si Angst no figura primera en la lista es porque recientes ediciones en Blu-ray la volvieron disponible para un público más amplio y comenzó a tener, al fin, el reconocimiento que siempre mereció. ■

* Actualización (16-06-2020). Unos años después de que publicara esta lista, Star Time fue editada en Blu-ray por Vinegar Syndrome.

Las malas películas también pueden dejar buenas ideas

Portada del VHS de 'Retrato hablado'
Estuve viendo algunas películas en VHS que difícilmente se puedan conseguir en otros formatos. Una es el telefilm Retrato hablado (1992), que puse porque actúa Jeff Fahey, un tipo que siempre garpa. El disparador es genial: Fahey se dedica a dibujar identikits para la Policía, y cuando una testigo de un crimen le describe el rostro de la persona que vió cerca del lugar de los hechos resulta que es la esposa del dibujante. A partir de ahí la historia empieza a derrapar, y se notan mucho los esfuerzos del guión por darle protagonismo a un personaje que debería ser secundario (¿qué rol puede cumplir un dibujante en la investigación policial de un asesinato?).

Pero se ve que la película tuvo algún éxito, porque unos años después hicieron una continuación. Y Retraro hablado II: manos que hablan (1995) redobla la apuesta: ahora Fahey debe dibujar el rostro de un tipo acusado de una serie de crímenes sexuales, y la única testigo es una mujer ciega interpretada por Courteney Cox. Ninguna de las dos es buena, pero ambas ratifican que el cine, por más berreta que sea, siempre deja algunas ideas. ■

Los secretos de Criterion

Criterion, la mejor empresa editora de cine en video del mundo, es una especie de milagro para los cinéfilos. Con sede en Nueva York, surgió tímidamente en 1984, en medio de la explosión del VHS, y comenzó a editar películas en el hoy extinto formato LaserDisc. Y desde los comienzos marcó algunas diferencias y fijó una serie de parámetros de calidad que, con los años, se volvieron un estándar.

Algunas artes de tapa de Criterion exhibidas en la muestra del Bafici (click para ampliar)
Criterion inventó la pista de audio adicional con comentarios sobre la película, que utilizó por primera vez en una edición de King Kong (1933) que sacó al mercado en los ochenta. Y a partir del lanzamiento del octavo título de su catálogo, La invasión de los usurpadores de cuerpos (1956), siempre respetó el formato original de los films, en una época en la que el VHS mutilaba parte de la imagen para hacerla entrar en el formato casi cuadrado (aspecto 4:3) de los televisores. Y más adelante comenzó a incluir breves ensayos -generalmente escritos por críticos prestigiosos como Kent Jones o J. Hoberman, entre muchos otros- en la cajita con los discos.

La empresa creció, empezó a editar en DVD y Blu-ray y amplió notablemente su catálogo. Buena parte de lo mejor del cine del mundo de todas las épocas (de Charles Chaplin a Yasujirō Ozu, de Satyajit Ray a Jean-Pierre Melville) se puede conseguir en una edición de Criterion, lo que garantiza un nivel de calidad muy alto. Pero no sólo editan clásicos consagrados o películas que integran el canon cinematográfico desde hace décadas, sino que además, ocasionalmente, rescatan grandes obras olvidadas. Quizá uno de los mejores ejemplos sea Blast of Silence (1961), un estupendo film noir dirigido y protagonizado por Allen Baron que permanecía casi invisible hasta que lo editaron en 2008.

Las ediciones de Criterion suelen ser muy caras (unos 23 dólares los DVD y cerca de 28 los Blu-ray, a lo que desde estas lejanas latitudes hay que sumarle los altos costos de envío) y no incluyen subtítulos en castellano. Pero su relevancia trasciende la posibilidad de adquirirlas: si una película es editada por la empresa comenzará a ser revisada, lo que acrecienta las chances de que -de algún modo u otro- podamos acceder a ella. Algo similar ocurre en sentido inverso: le da una mayor visibilidad en el centro (sobre todo Estados Unidos e Inglaterra) al cine hecho desde la periferia, como ocurrió con La ciénaga (2001), obra maestra de Lucrecia Martel, por ahora la única película argentina que integra su catálogo.

El reciente Bafici armó una muestra dedicada al arte de Criterion. En el Centro Cultural Recoleta se exhibieron cerca de 70 diseños originales para las portadas de las ediciones en video, que es otra de las marcas registradas de la compañía. Y además invitó a su presidente, Peter Becker, que el sábado ofreció una charla que fue moderada por Juan Manuel Domínguez. Entre otras cosas, contó cómo eligen qué películas van a editar, cómo trabajan en la confección de las ediciones especiales (en general a partir de la restauración digital de los negativos originales o las copias en 35 milímetros disponibles), cómo se relacionan con los directores (hay anécdotas sobre Wes Anderson, Bernardo Bertolucci, David Lynch y Terrence Malick) y qué futuro le ven a las ediciones en formatos físicos frente al avance del streaming y el video on demand. La charla -en la que Becker demuestra ser un tipo inteligente y muy informado- se puede ver en el siguiente video.


A la charla le faltan unos pocos minutos. En parte porque mi cámara de fotos no permite filmar más de 17 minutos de corrido, lo que me obligaba a cortar y volver a empezar. Y además porque el intérprete que tradujo al castellano las palabras de Becker no era demasiado bueno (algo que lamentablemente suele ocurrir con frecuencia en el Bafici), por lo que decidí omitir algunas de sus deficientes -y hasta confusas- traducciones. De todos modos, lo más jugoso del encuentro está en el video. ■

La clase de cine póstuma de Bielinsky

Imágenes del rodaje de 'El aura'

El 28 de junio se cumplirán diez años de la muerte de Fabián Bielinsky, y esta edición del Bafici lo está homenajeando como se merece. Por un lado, tan previsible como necesario, exhibe sus películas, en 35 milímetros y con algún condimento extra (el viernes pasado Gastón Pauls y Sebastián de Caro presentaron Nueve reinas en el Gaumont, mañana a la noche Gabriel Medina y otra vez De Caro harán lo mismo con El aura). Por otro, con la edición de un libro titulado El fulgor, que compila diversos artículos y entrevistas (uno de mi autoría) sobre su obra y que fue presentado el jueves pasado con una charla abierta al público.

El homenaje tiene una tercera pata que, por sus características, quizá sea la más interesante durante los pocos días que le quedan al festival. Las películas podrán verse en otro momento (y seguramente volverán a proyectarse en una sala de cine), el libro puede comprarse ahora y leerse más adelante, pero la exhibición que se montó en una de las salas del Centro Cultural Recoleta es de visita imprescindible.

Denominada simplemente "Bielinsky", permite recorrer su vida en una serie de bellas fotos, que van desde sus primeros pasos con una cámara en la mano hasta el backstage de El aura, pasando por su extensa trayectoria como asistente de dirección. Se muestran además algunas de sus pertenencias vinculadas al cine, como libros, figuritas o recortes de diarios y revistas. Y hay, también, algunos objetos que más que simples piezas de utilería ya forman parte de la memoria cinematográfica argentina, como la caja de habanos "Nueve reinas" que aparece en la película o la mismísima plancha de estampillas.

Pero lo que hace extraordinaria la muestra es una serie de apuntes, recortes y papeles, hasta ahora nunca exhibidos al gran público, que permiten espiar el modo en que Bielinsky trabajaba sus ideas. Se sabe que el título original de Nueve reinas era "Farsantes", y que decidió cambiarlo por uno que diera menos pistas sobre la historia. En el Recoleta se puede ver la lista de posibles títulos que el director discutió con algunos de sus colaboradores. Esos papeles, impresos en una computadora y con algunos apuntes a mano, permiten descubrir mucho más que un brainstorming. Mirados con atención revelan la obsesión de Bielinsky por los detalles, la búsqueda de una o más palabras que no sólo le den nombre a una película sino que además digan algo sobre la trama pero a la vez no la deschaven. Se convierten así en una clase involuntaria acerca de cómo titular una película.

La plancha de estampillas usada en 'Nueve reinas'

Algo parecido ocurre con los apuntas acerca de los distintos tipos de robos y estafas, tomados de recortes de diarios o de otras películas de con-artist como El golpe o Ambiciones prohibidas. Más que recopilar casos, lo que hizo Bielinsky fue una investigación para llegar al corazón conceptual de cada truco y, así, poder adaptarlo a la trama de su película. Lo mismo con la posible personalidad de los personajes: los desgrana en un punteo en el que, más que describirlos, los va perfilando.

Lo que se exhibe en la muestra se complementa con uno de los capítulos del libro, denominado "Espiando a Fabián". Allí se presentan otra serie de apuntes inéditos sobre el proceso creativo de ambas películas. Es especialmente jugoso lo relacionado con El aura. Se puede leer el tratamiento de un guión que nunca llegó a filmarse, llamado "El hombre inmóvil", que remite invariablemente al cuento El sur, de Borges, y en el que puede hallarse el germen de su última película. Y también se puede espiar un fragmento del guión que tiene un comienzo distinto -y quizá más explícito- al que finalmente quedó en el film, entre otros valiosos detalles.

Todo esto, más que un homenaje, configura una clase de cine póstuma del director. ■

> La muestra sobre Fabián Bielinsky se puede visitar en el Centro Cultural Recoleta (Junín 1930) hasta este domingo a las 20.