Eran casi las diez cuando los espectadores comenzaron a ovacionar de pie. Pero es probable que muy pocos, tal vez ninguno de los presentes aquella lejana noche en el Fulton Theatre de Pittsburgh, en Pennsylvania, hayan advertido que lo que acababan de ver era una obra seminal, reinventora de todo un subgénero, que abriría un camino hasta entonces muy poco explorado.
LA NOCHE DE LOS MUERTOS VIVOS (1968)
Título original: Night of the Living Dead. Fecha de estreno: en Estados Unidos, 1 de octubre. País: Estados Unidos. Duración: 96 minutos. Dirección: George A. Romero. Producción: Karl Hardman y Russell Streiner. Guión: John A. Russo y George A. Romero. Fotografía: George A. Romero. Montaje: George A. Romero y John A. Russo. Elenco: Duane Jones (Ben), Judith O'Dea (Barbra), Karl Hardman (Harry Cooper), Marilyn Eastman (Helen Cooper), Keith Wayne (Tom), Judith Ridley (Judy), Kyra Schon (Karen Cooper).
Aquello ocurrió el sábado 1 de octubre de 1968. Un veinteañero llamado George Andrew Romero acababa de presentar
La noche de los muertos vivos, su primera película, realizada de manera independiente, con un presupuesto de apenas 115 mil dólares, la ayuda de varios amigos y una inteligencia que, con los años, la colocaría como una de los obras de terror más influyente de todos los tiempos.
Las películas de zombies, por supuesto, existían desde hacía rato. Y otros directores, con el pionero
Herschell Gordon Lewis a la cabeza, se habían adentrado en el
gore en el intento por llevar más allá los límites del único género cinematográfico que se define por lo que produce en el espectador. Es bastante clara la influencia de
Soy leyenda (1954), el excelente relato de Richard Matheson, y de
Seres de las sombras (
The Last Man on Earth, Ubaldo Ragona y Sidney Salkow, 1964), su primera adaptación cinematográfica. También de
Río Bravo (1959), aquel gran
western de Howard Hawks. Pero Romero inventó toda una iconografía: aunque se esbozan teorías, no hay certezas sobre el origen de los zombies, que no están relacionados con el vudú haitiano; se alimentan de carne humana (y no de cerebros, como
una divertida secuela falsa se encargó de instalar); sólo se los puede eliminar de un disparo en la cabeza o, en su defecto, arrancándosela de cuajo; se mueven despacio y de manera torpe porque, claro, están muertos.
El joven realizador fue mucho más allá: le otorgó al film una impronta eminentemente política. Y lo hizo de la mejor manera. En el libro
Midnight Movies -que, lamentablemente, aún no tiene edición en castellano- el crítico estadounidense Jim Hoberman sostiene que la película "constituyen un corte transversal sobre tipos norteamericanos medios; podría decirse que
La noche... fue a Vietnam lo que algunos films baratos de ciencia ficción habían sido a la Guerra Fría: una metáfora brillante, de final abierto, para las grandes ansiedades de su época.
La noche... ofreció el retrato más literal posible de Norteamérica devorándose a sí misma".
En este sentido acertó al colocar a los zombies en un segundo plano, como una amenaza constantemente latente pero no siempre concreta.
La noche... es una película de interiores, donde los conflictos estallan entre los sobrevivientes recluidos en el improvisado búnker. Los muertos vivos son entonces una manera de alegorizar acerca de los problemas y las miserias de una sociedad. A tal efecto no hace falta más que remitir a la escena final, tan arrasadora como inteligente.
Con los asesinatos de Malcom X y, sobre todo, Martin Luther King todavía frescos en la memoria estadounidense, colocar a Duane Jones como el héroe de la historia en una época en la que el único negro bueno de Hollywood era Sidney Poitier fue otro de los grandes hallazgos de la película. Aunque Jones haya sido elegido por sus aptitudes como actor y no por el color de su piel, se gambeteó la corrección política y evitó todo tipo de explicaciones: nunca en el film se menciona que Ben es negro, lo que hace a la película realmente antirrascista.
A todo esto hay que sumar otro mérito, para nada menor:
La noche... es una gran película de género. Las cuatro décadas transcurridas ratifican su vigencia, con climas que hielan la sangre y una estética por momentos casi documental que se ve acrecentada por el blanco y negro. Romero, es cierto, nunca fue un virtuoso, y para potenciar las tensiones dentro de la casa echa mano a algún estereotipo, lo que de todos modos no desmerece un relato tan perturbador como poderoso.
Por eso, entre otras cosas, la primera de la larga saga (que ya lleva cinco realizaciones y promete
una sexta para el año próximo) sigue siendo la mejor. En el resto, y cada vez más a medida que se suceden los episodios, los zombies son casi una excusa para bajar línea. A veces de manera lúcida, como en
El amanecer de los muertos (
Dawn of the Dead, 1979); en otras con la impresión de que no se tiene claro qué se quiere decir, como en
El diario de los muertos (
Diary of the Dead, 2007).
Imitada y parodiada decenas de veces, la ópera prima de Romero generó en el mundo secuelas,
remakes y
rip-off de todo tipo y color. Sería demasiado extenso y pretencioso explayarse aquí sobre el asunto [1]; basta decir que hasta Argentina, país poco adepto al género, ha tenido sus ejemplos de la mano (¿por culpa?) de la gente de
Farsa Producciones. Sí puede afirmarse, en cambio, que
La noche... se constituyó a fuerza de méritos propios en una película fundamental, que inauguró el terror moderno e influyó de manera decisiva en varias generaciones de realizadores. Aunque hoy, a 40 años de su estreno, la afirmación ya esta más cerca de la perogrullada que del elogio. ■
[1] Un buen repaso sobre el cine de zombies se puede leer en la nota Todos tus muertos, publicada el 23 de marzo de este año en el suplemento Radar de Página/12.
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