Festival de Mar del Plata 2014 (tercera parte)

Clásicos nacionales restaurados

Tita Merello y Arturo García Buhr en 'Los isleros'

Como explicó Fernando Martín Peña en la presentación de unas de las proyecciones, a partir de 1947 -cuando se implementó un sistema de créditos y subsidios a la producción nacional que, con matices, continúa hasta hoy- el Estado invirtió dinero en la mayoría de las películas que se realizaron en el país. Pero hasta hace unos años nada había hecho para preservar ese cine que en parte había financiado. El Programa de Recuperación del Patrimonio Cultural que lleva adelante Incaa TV intenta subsanar ese olvido. No parece ser suficiente, pero al menos es un paso -el primero en mucho tiempo- en el sentido correcto.

El año pasado se había presentado en el Festival de Mar del Plata el ciclo "Cine Argentino Siempre", resultado de la primera etapa del programa, con dieciocho films (cinco de los cuales fueron comentados en este blog). Ahora la segunda edición del ciclo estuvo integrada por diez películas clásicas, que se proyectaron en fílmico. Sólo hubo una pasada de cada una, y en horarios un tanto extraños, así que sólo pude ver tres.

La profusa obra de José Agustín Ferreyra (1889-1943), el Negro, permanece envuelta en cierto misterio para muchas generaciones. Pionero del cine nacional, artista "esencialmente intuitivo y autodidacta" -como lo definió Jorge Miguel Couselo en su libro El negro Ferreyra, un cine por instinto (1969)-, gran parte de sus películas se perdieron y muchas de las que sobreviven son de difícil acceso. En Mar del Plata se proyectaron dos, ambas estrenadas en 1937: Besos brujos y Sol de primavera. La segunda es un drama romántico con toques de comedia de una sencillez argumental y un tono tan ameno que resulta entrañable. Los hermanos Carlos (Floren Delbene, amigo del director y aquí coguionista) y Rosendo (José Mazilli) se disputan el amor de Primavera, su hermana adoptiva (Herminia Franco). Carlos, que llega desde Buenos Aires, trae ideas nuevas para la producción en el campo, mientras que Rosendo, que nunca se fue, tiene una mirada más conservadora. Esta situación recrea, según Couselo, la oposición del primer cine de Ferreyra entre ciudad-corrupción y campo-virtud, pero aquí con "una visión diáfana, tranquila, sin crispaciones". Rosendo está perdidamente enamorado de Primavera, pero ella sólo lo quiere como hermano. "Coquetea hasta con la sopa. La da vueltas y vueltas en el plato, y nunca la toma", le recrimina él durante un almuerzo. "Es que no me gusta", responde ella, en uno de los diálogos de doble sentido más logrados de la película. Según escribió Roland en Crítica, la película tiene "lo que le falta a la mayoría de las producciones nacionales: sinceridad y cariño". No es fácil saber hoy qué le faltaba a la producción nacional de aquellos años, pero sin dudas Sol de primavera es sincera y cariñosa.

En Los isleros (1951), de Lucas Demare, también está la tensión campo-ciudad, representada entre algunos valores (fortaleza, entereza, solidaridad, una idea de libertad) de los que sólo parecen gozar quienes viven en las islas del Delta del Paraná. Pero esta historia sobre la dura vida en un lugar donde el tiempo parece haberse detenido y el río es a la vez una fuente de vida y una amenaza se apoya sobre todo en la relación entre sus protagonistas. Por un lado Leandro (Arturo García Buhr), un isleño maduro y curtido que busca terminar con tanta soledad; por otro Rosalía (Tita Merello), una brava solterona a la que apodan "la Carancha". La excelente copia proyectada, restaurada a partir de dos versiones en 35mm y 16mm (por lo que se pudo ver completa, con sus potentes casi dos horas) permitió disfrutar en pantalla grande de los poderosos primeros planos de Merello y García Buhr, que le otorgan al film una emotividad que resiste el paso del tiempo. Gran parte de la película fue filmada en exteriores, cerca de la costa de San Pedro, lo que aporta más potencia dramática al relato. En este sentido, la escena en la que Leandro y su hijo cruzan el ganado de una isla a otra en medio de una fuerte sudestada es extraordinaria.

Diana Maggi y Duilio Marzio en 'La Tigra'La Tigra (1954), segunda realización de Leopoldo Torre Nilsson en solitario, tiene una historia posterior a su filmación que debe ser contada. Producida por Armando Bó, no fue censurada pero tuvo problema para estrenarse: la Dirección de Espectáculos Públicos la excluyó del beneficio de la exhibición obligatoria que regía en aquellos años, por lo que fue condenada a proyectarse aisladamente en algunas salas del interior. En marzo de 1962 se pasó por Canal 9 en una versión mutilada, y en 1964 tuvo su estreno en un par de cines porteños, con la calificación de prohibida para menores de 18 años. En 1994 se rescató una copia en Santa Fe que se exhibió en el Cine Club Núcleo, y recién en el nuevo milenio se pudo ver una copia completa, que había sido guardada por Isabel Sarli. Quizá sea por todo esto que en su libro sobre Torre Nilsson publicado en 1993 Peña mencionó que la película tiene "prolongadas secuencias de una precariedad inexplicable", y luego se rectificó en Cien años de cine argentino (2012) al destacar que "se trata de una obra brutalmente honesta" que anticipa "la fuerza visual de su mejor obra posterior". El catálogo del Festival dice que La Tigra dura 80 minutos, pero la ficha de la película en Un diccionario de films argentinos (1995), de Raúl Manrupe y María Alejandra Portela, menciona 59 minutos. Cuando se exhibió en junio pasado en Filmoteca – Temas de Cine, por la Televisión Pública, se informó que la extensión era de 65 minutos. No sé a partir de qué copia se realizó la restauración, pero la proyección en Mar del Plata duró -minuto más o menos- una hora.

Basada en una vieja obra de Florencio Sánchez (estrenada en enero de 1907), La Tigra es la historia del amor imposible entre una prostituta madura y madre soltera (extraordinaria actuación de Diana Maggi) y un joven estudiante de bellas artes de clase alta (Duilio Marzio). Los problemas que generó en su época tienen que ver con la forma en la que Torre Nilsson retrata la sordidez de ese mundo de marginalidad y prostitución a orillas del Riachuelo. La extraña angulación de algunos encuadres y el magistral uso de las luces y las sombras representan de manera notable el ambiente. Además, hay referencias a temas que no podían mencionarse en el cine de los cincuenta, como el lesbianismo ("Pan con pan, comida de zonzos", dice una de las mujeres que trabajan en el prostíbulo) y la drogadicción. Y una escena de brutal violencia en la que un cafisho ataca a la Tigra con una toalla mojada. ■

1 comentario:

  1. Muy buenas las tres crónicas (o notas, o cómo quieran llamarlas). Merecen una mayor difusión. Imagino que las habrás colgado en FB (estoy afuera por problemas técnicos). Abrazo. ref

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