Que vuelvan los musicales (segunda parte)

Busby Berkeley, uno de los más grandes talentos del musical hollywoodense
De Chicago (2002) para acá -por marcar un momento preciso- los musicales suelen tener un problema: no saben qué hacer con la cámara. La remake de Hairspray (2007) acaso sea el ejemplo más claro de los últimos años. Tracy y sus amigos se mueven al ritmo de la música y la cámara sólo atina a mostrarlos a una distancia temerosa, como con miedo a involucrarse. Hay travellings, paneos, contrapicados, planos cenitales y toda una parafernalia visual que no sabe cómo ponerse al servicio del número musical.

Esto, claro, no siempre fue así. Pero la estética del musical tampoco surgió mágicamente con la llegada del sonoro. El género fue avanzando de a poco, paso a paso, y paulatinamente el término "musical" fue dejando de ser un adjetivo para transformarse en sustantivo. Hubo dos movimientos fundamentales que no por casualidad se dieron en la década del treinta, cuando -sostiene Nicolás Prividera en otro de sus interesantes artículos- el género se estableció como el prototipo del cine como fantasía reparadora.

Los primeros musicales no fueron considerados como parte de un género independiente en el momento de su estreno. Rick Altman recuerda en Los géneros cinematográficos que The Broadway Melody, de 1929, ganadora del Oscar a mejor película al año siguiente, fue promocionada por la MGM como "una sensación dramática totalmente hablada, totalmente cantada, totalmente bailada". De musical ni hablar.

En aquellas películas, que hoy podrían considerarse protomusicales, la cámara no se despega de la butaca; el punto de vista es similar al que un espectador tendría durante una función en un teatro de Broadway. Y al tratarse de musicales de backstage los números siempre transcurren sobre el escenario, ya sea durante un ensayo o la exhibición de la obra, lo que evita la música extradiegética y el brusco salto de registro.

El panorama cambió en 1933 con el estreno de una película clave: Calle 42 (42nd Street). La dirigió Lloyd Bacon, pero el nombre importante fue otro: Busby Berkeley. Coreógrafo surgido del teatro, fue el primero en comprender la importancia de la cámara en el diseño de los números musicales. No sólo la sacó del proscenio sino que además transformó al escenario en una espacio infinito, mágico, donde se desarrollaban coreografías puramente cinematográficas.

En el video de abajo se puede ver la primera de las dos grandes creaciones visuales de Calle 42, apenas un aperitivo, una breve muestra del inmenso talento de Berkeley. Dick Powell canta Young and Healthy, y el punto de vista sufre un cambio radical: la cámara levanta vuelo y se disuelven la continuidad, los espacios y los cuerpos. Lo colectivo se impone a lo individual y los bailarines se fusionan para formar uno de sus clásicos caleidoscopios humanos. El teatro filmado quedó a años luz: lo que se ve sólo es posible gracias a la magia del cine.


Lamentablemente Calle 42 es el único musical de Berkeley editado en DVD en Argentina. Junto a Footlight Parade y Gold Diggers of 1933, todos del mismo año y producidos por la Warner, conforma el primer trío de realizaciones donde se nota la mano maestra del coreógrafo. Berkeley comenzó luego a dirigir sus propias películas. Una de sus obras cumbres es Gold Diggers of 1935, que mezcla el musical con la comedia romántica y algo de screwball. Los personajes, envueltos en una serie de enredos en medio de la Gran Depresión, son tan chatos como eficaces. Lo que resalta allí son un par de números extraordinarios. En el primero hace bailar, literalmente, a casi sesenta pianos, que se mueven al ritmo de la música, forman sorprendentes coreografías y hasta arman un rompecabezas sobre el que baila una chica. El segundo, Lullaby of Broadway, que se puede ver completo en YouTube, es un cortometraje con vida propia dentro de la película, que cuenta la historia de una Broadway girl que trabaja de noche y duerme de día. Comienza con la lejana cara de Wini Shaw, casi un punto blanco en la pantalla, que se va acercando lentamente a la cámara mientras canta delante de un fondo negro. Y concluye de manera trágica, en lo que John Waters definió como "the night of the living tappers". Estas audaces coreografías marcan un infrecuente grado de abstracción para la época. Pocas veces el cine clásico hollywoodense tomó tantos riesgos. Berkeley echa mano a todo tipo de recursos (grúas, maquetas, insólitos ángulos de cámara) pero siempre los pone al servicio de la narración. Su imaginación sin límites le dio color al cine años antes de que se establezca el Technicolor. En el momento de su estreno la revista Photoplay definió a Calle 42 como "un musical con todas las de la ley". Un nuevo género estaba naciendo, aunque faltaba un segundo paso para llegar a lo que se conoce como musical integrado. Lo dio una de las parejas más famosas de la historia de Hollywood. Pero conviene no adelantarse: ese será el tema de un próximo post. ■

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2 comentarios:

  1. La verdad no soy amante de los musicales. De los últimos años, me quedo con Mouline Rouge, por su originalidad. Y claro que Rocky Horror Show es un gran favorito de todos los tiempos. Y otra que me encanta, aunque no es estrictamente un musical, es Hedwig and the Angry inch.
    Abrazos.

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  2. A mi también me gustan Mouline Rouge (¿el último buen musical?) y The Rocky Horror Show. Hedwig and the Angry Inch la tengo desde hace unas semanas pero todavía no la vi; ya son varios los que me hablaron bien de esa película. Cuando la vea comento.

    Saludos

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