Festival de Mar del Plata 2013 (primera parte)

Clásicos del cine nacional

Angel Magaña y Renée Dumas en 'Alguien al teléfono', una de las dos historias de 'No abras nunca esa puerta'

El paso del tiempo suele dejar todo en evidencia, desnuda despiadadamente los errores y exalta los aciertos. Después de haber visto un puñado de los clásicos del cine nacional que se exhibieron en el reciente Festival de Mar del Plata, revisar Un diccionario de films argentinos (1995), de Raúl Manrupe y María Alejandra Portela, depara muchas sorpresas. No deja de llamar la atención cómo la crítica maltrató en el momento de su estreno a varias películas que hoy se consideran indiscutiblemente obras maestras o, al menos, grandes realizaciones. Con la ventaja de los años transcurridos y la extensa bibliografía disponible, a continuación se ofrece un breve repaso de cinco de esas películas, algunas muy poco vistas, que probablemente ahora comenzarán a circular con mayor asiduidad y estarán al alcance de nuevos públicos para que puedan redescubrirlas.

Pero antes, un poco de información. Hace un año el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) recibió una donación de la empresa Turner International Argentina: gran cantidad de negativos y copias en fílmico de películas argentinas, que entre otras cosas incluye toda la producción de los estudios SIDE, San Miguel y Lumitón. Dieciocho de esos films ya fueron restaurados en su formato original de 35 mm, se exhibieron en Mar del Plata y serán emitidos en televisión por Incaa TV. Fernando Martín Peña, que coordinó ese trabajo de restauración, contó algunos detalles en el diario del Festival. Fue un gran placer descubrir estas películas en la calidad que se merecen, poder disfrutarlas casi como en el momento de su estreno.

Ambición (1939), de Adelqui Migliar. Un grupo de artistas argentinos intenta triunfar en el bohemio barrio parisino de Montparnasse. Un pintor (Floren Delbene) se enamora de una mujer (Fanny Navarro), pero cegado por su ambición decide abandonarla para viajar triunfante a Buenos Aires. Allí comienza a trabajar para la aristrocracia, hasta que advierte que se siente vacío. Sobre el final la cosa se torna sorpresivamente dramática, pero como no podía ser de otra manera todo termina irremediablemente bien. Comedia menor aunque eficaz, es interesante ver cómo muestra las carencias con las que sobreviven los argentinos en Francia, una pobreza digna y hasta algo alegre. Por ejemplo, una pareja amiga del protagonista vive con sus tres pequeñas hijas en un departamentito, y la menor de ellas duerme en una cuna improvisada en el cajón de un ropero, lo que se muestra con una naturalidad que enternece. (De paso y algo gratuitamente, déjenme mencionar que Alexandre Rockwell debería aprender de la frescura de esas nenas-acrtices -o de los pibes de Gente bien, comentada más abajo-, diametralmente opuesta a la de sus hijos en la irrelevante y algo jodida Little Feet, que integró la competencia oficial del Festival). Dato curioso: al comienzo de la proyección se ven dos versiones de un mismo discurso en el que el director chileno, detrás de un escritorio y hablando a cámara, presenta a la audiencia la película, su primera realización en Argentina.

La cabalgata del circo (1945), de Mario Soffici y Eduardo Boneo. La historia del entretenimiento popular, desde el circo de finales del siglo XIX hasta el cine sonoro, narrada a través de la historia de dos familias. Dos hermanos (Libertad Lamarque y Hugo del Carril), de una relación tan estrecha que merodea lo incestuoso, persiguen sus sueños hasta que finalmente los alcanzan para descubrir que en realidad no era lo que deseaban. Película extraña, inusual, con una mirada cálida y emotiva que nunca cae en la nostalgia simplista. Por momentos parece casi un documental y termina siendo cine dentro del cine, en una rueda que, como las de esas carretas con las que los protagonistas recorren fatigosamente el país para ofrecer su arte circense, podría girar por siempre. En un rol secundario pero relevante se la puede ver a Eva Duarte, en el que según Manrupe y Portela es su papel más recordado.

Delia Garcés en 'La dama duende'La dama duende (1945), de Luis Saslavsky. En su libro Las grandes películas del cine argentino, Daniel López sostiene que este es el único, auténtico musical nacional. No porque sea un musical en el sentido preciso del término (se trata más bien de una película con canciones), sino por la musicalidad de su narración, que fluye con una ligereza asombrosa. La joven Angela (Delia Garcés) queda viuda del ex virrey del Perú y, llena de deseos insatisfechos, se enamora de un capitán (el español Enrique Alvarez Diosdado). Para acercárcele trama un rebuscado plan que le permite mantener una misteriosa comunicación con él: se hace pasar por la dama duende para, secretamente, cuidarlo, cantarle, bailarle, acosarlo. "Yo quiero noches de no dormir, brazos que ahoguen la flor de mi aliento, besos... y no besamanos", suspira Angela, atrapada entre las castas costumbres aristocráticas. Su forzado luto se contrapone con las celebraciones populares del pueblo, que de algún modo transgrede el orden impuesto. "No te cases con un viejo por la moneda, porque la moneda pasa y el viejo queda", cantan alegremente en una de las tantas noches de fiesta. Con un nivel de producción notable para la época y un ritmo narrativo encantador (sobre todo en la precisión de los diálogos y de las situaciones de enredos), la película aparece hoy un poco amanerada pero absolutamente disfrutable. Una experiencia gozosa.

Gente bien (1939), de Manuel Romero. El crítico Rodrigo Tarruella decía que Romero hacía películas peronistas antes de que el peronismo existiera como movimiento político. Este es un buen ejemplo: un representante un poco venido a menos de la "gente bien" del título abandona a la joven Elvira (Delia Garcés, dueña de una increíble e inocente belleza), con quien tuvo un hijo, para casarse con una chica millonaria e intentar rehacer su desgastada alcurnia. Desamparada, Elvira encuentra cobijo en un grupo de artistas y trabajadores, gente buena, y se enamora de un cantante (Hugo del Carril). Se trata de una "comedia clasista" hasta la médula, que hoy, más de 70 años después de su estreno, sorprende por lo beligerante de su planteo. Hay un momento particularmente notable, y hasta profético. Elvira sale a buscar trabajo, pero como es una madre soltera choca permanentemente contra los prejuicios de la "gente bien", que se preocupa más por sus mascotas -por las que muestra una sensibilidad inmoral- que por las personas que sufren. En la calle, los aristócratas ignoran a una pobre mujer que pide limosna, y cuando Elvira le da una moneda ésta se aleja y deja ver detrás suyo el cartel de una tienda de mascotas que ofrece cuidados estéticos para perros y gatos. Gran comedia.

No abras nunca esa puerta (1952), de Carlos Hugo Christensen. Son dos episodios independientes basados en historias que el escritor estadounidense Cornell Woolrich firmó como William Irish. En el primero -un notable ejemplo de concisión narrativa-, un hombre (Angel Magaña) intenta vengar el suicidio de su hermana (Renée Dumas), que había sido presionada por un prestamista. El segundo es aún mejor, y transforma a esta película en una obra maestra absoluta del cine nacional. Comienza con un mensaje al espectador: "Esta historia sólo puede ser bien contada en dos dimensiones, el tacto y el oído. La vista apenas participa de ella. Sin embargo, trataremos de contarla también para los ojos". Después de ocho años, un hombre (Roberto Escalada) regresa a su casa mientras escapa luego de cometer un crimen. Allí lo espera ansiosa su madre ciega (Ilde Pirovano), que lo cree regenerado. Christensen logró el milagro de contar esta historia para tacto y oído de un modo absolutamente cinematográfico: quizá nunca el cine clásico argentino haya usado tan bien los silencios y las penumbras, haya podido contar tanto sin pronunciar palabra. La secuencia en la que la madre encierra en sus habitaciones a su hijo y al cómplice es de una frialdad y suspenso que aún hoy hielan la sangre. Además, y como dato anecdótico, el momento en el que la mujer ciega apaga todas las luces de la casa para quedar en igualdad de condiciones con los dos ladrones se adelanta quince años a la escena final de Espera la oscuridad (1967), gran thriller de Terence Young. ■

1 comentario:

  1. Vi sólo dos de estos clásicos, y lamento no haber visto más. Disfruté mucho con "La dama duende", su feminismo festivo y esa gracia con la que Saslavsky transforma el decorado artificial en una gran sala de juegos en donde todos parecen divertirse de lo lindo. Gracias por la nota.

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