El hombre del andarivel 6 cruza la línea con su musculoso brazo derecho en alto, el dedo índice apuntando al cielo. Mira hacia su izquierda con la arrogancia de los tipos que se saben ganadores. En el andarivel 3 la cara es otra: sorpresa, resignación, impotencia, un rostro que en el recorte siempre tramposo de las fotos parece -los labios apretados, las cejas fruncidas- hacer pucherito. Las miradas se cruzan un instante. La carrera terminó pero el hombre con el 1102 en el pecho corre unos metros más, hasta que finalmente alcanza al 159 y le interrumpe el festejo para robarle un frío apretón de manos.
9.79. A las 13.30 del sábado 24 de septiembre de 1988, hace hoy 25 años, Ben Johnson ganaba la final de los 100 metros en los Juegos Olímpicos de Seúl con récord mundial. Trece centésimas detrás aparecía Carl Lewis, que había corrido como nunca en su vida para terminar segundo. La carrera más veloz de la historia: por primera vez cuatro atletas bajaban simultáneamente los diez segundos, una barrera que hasta entonces sólo siete hombres había logrado atravesar. La disputa entre las dos personas más rápidas del mundo se había resuelto con contundencia para el lado del canadiense, que volvía -como en el Mundial de Roma, un año antes- a derrotar al estadounidense sobre la pista. El mundo se rinde a los veloces pies de este negro nacido pobre en Jamaica, tartamudo y algo tímido. "Muchas felicidades de parte de todos los canadienses. Sos maravilloso y estamos todos muy orgullosos", lo felicita por teléfono, con la televisión transmitiendo en directo, el primer ministro Brian Mulroney. El Toronto Star se entusiasma tanto que inventa una palabra: Benfastic. "¿Qué es más valioso, el récord o la medalla?", le preguntó un periodista. La respuesta de Johnson fue profética: "La medalla, porque no te la pueden sacar".
9.79*. Tres días después apareció el asterisco sobre esos números mágicos, esa marca imposible, más propia de un atleta del futuro. Estalló el escándalo, el más grande hasta entonces: Johnson había dado positivo de estanozolol, una sustancia anabolizante. Fue descalificado, le quitaron su medalla y su récord mundial. Why, Ben? (¿Por qué, Ben?), interrogó el Toronto Sun en su portada del martes 27, una pregunta que aún hoy parece no tener una respuesta clara. Big Ben pasó de héroe a villano casi tan rápido como había corrido los 100 metros, esos 100 metros, la carrera más roñosa de la historia.
El excelente documental 9.79* (2012), dirigido por Daniel Gordon para ESPN, llegó hasta las entrañas de esos inolvidables diez segundos. Entrevistó a los ocho participantes de aquella final y mostró que no sólo Johnson estaba sucio: con excepción del estadounidense Calvin Smith (cuarto en la pista, luego medalla de bronce) y el brasileño Robson da Silva (sexto en cruzar la línea), todos los demás competidores tuvieron alguna vez problemas con drogas prohibidas. Incluido Lewis: en 2003 se supo que durante los Trials previos a los Juegos de Seúl había dado positivo por uso de estimulantes y broncodilatadores (en cantidades que en 1988 estaban prohibidas, aunque ahora se permiten), pero el Comité Olímpico estadounidense decidió exonerarlo en secreto.
La película muestra además situaciones insólitas. La desesperación de Lewis, que por mirar tres veces como Johnson se le escapaba le invadió el andarivel al británico Linford Christie, lo que podría haberle costado la descalificación. O cómo Joe Douglas, director del Santa Monica Track Club donde estrenaba Lewis, logró "infiltrar" a un hombre en la habitación donde Johnson se llenaba de cerveza en un intento por orinar para el control antidóping posterior a la carrera. Se dice que André Jackson, el infiltrado, además de sacarse unas fotos con Johnson también le convidó una cerveza.
Why, Ben? La mejor respuesta al titular del Toronto Sun quizá esté en otro documental, Bigger Stronger Faster* (2008), dirigido por Chris Bell. Lúcido y libre, el director parte de su propia situación familiar (sus hermanos, un opaco luchador profesional y un levantador de pesas, hacen uso y abuso de los anabólicos) para plantear la hipocresía de la sociedad estadounidense, que condena el uso de esteroides al mismo tiempo que lo fomenta a través de la publicidad. El sueño americano sostenido con músculos inflamados químicamente. El film, además, resultó trágicamente profético: Mike, el hermano mayor de Chris, murió un año después del estreno, a los 37 años, mientras intentaba una rehabilitación.
Descalificado Ben Johnson, Carl Lewis se quedó con el triunfo, la medalla dorada y el récord: 9.92. Su carrera en el atletismo continuó varios años hasta transformarlo en leyenda. En el Mundial de Tokio, en 1991, finalmente pudo lograr en la pista lo que hasta entonces sólo había conseguido en los escritorios: a los 30 años marcó 9.86, récord mundial, en una extraordinaria competencia en la que corrió de atrás hasta los últimos 20 metros, como narra una notable crónica de Gustavo Da Silva en Perarnau Magazine.
Aunque intentó volver, Johnson no tuvo suerte. O la buscó por el camino equivocado. Quedó eliminado en las semifinales de los Juegos de Barcelona y un año después, en 1993, cuando sus marcas empezaban a acercarse a las de antes, volvió a dar positivo en un antidóping y lo sancionaron de por vida. En Canadá ya lo consideraban un paria: Pierre Cadieux, funcionario del área de deportes, lo definió como una desgracia nacional, y le sugirió que se vuelva a Jamaica. Otro control volvió a dar positivo en 1999.
Canadá tuvo su pequeña revancha en Atlanta 1996. Donovan Bailey, también nacido en Jamaica, fue medalla dorada con récord mundial: 9.84. Recién en 1999, once años después de Seúl, el estadounidense Maurice Greene pudo igualar la marca de Johnson. En 2002 la superó por una centésima Tim Montgomery, pero en 2005 le quitaron todos sus logros cuando se descubrió que usaba anabólicos. Ese mismo año Asafa Powell -hoy suspendido por el consumo de anfetaminas- corrió 9.77. La oscura sombra de los 9.79 comenzaba a quedar atrás.
Hoy, 25 años después de aquella electrizante e infausta carrera que lo lanzó de modo efímero a los cielos y lo condenó para siempre al infierno, Ben Johnson completó una peregrinación extraña y dolorosa, que lo puso otra vez en la escena del crimen, como definió The Telegraph. A los 51 años volvió al Estadio Olímpico de Seúl como parte de una gira, denominada Choose the Right Track (Elegí el camino correcto), con la que busca algún tipo de redención. Una redención que difícilmente encuentre y acaso no merezca, pero no puede dejar de perseguir. Una carrera de la que participará por el resto de su vida. ■
Qué buena nota! ¿Por qué no está en una revista o un diario?
ResponderEliminarSaludos ref
Seguramente porque no la ofrecí. Pero me pidieron permiso para publicarla también acá: http://www.triamax.com/2013/09/24/seul-88-100m/
ResponderEliminarEs un muy buen artículo creo que debería de estar en mas lugares.
ResponderEliminares verdad, muy buena entrada.... no se puede dejar de leerla cuando se empieza... salu2...
ResponderEliminarSos maravilloso y estamos todos muy orgullosos", lo felicita por teléfono, con la televisión transmitiendo en directo, el primer ministro Brian Mulroney. drywall repair near me
ResponderEliminarBen Johnson utilizó química con la utilizaron todos, la diferencia es que a él le pillaron. Para mí siguió siendo el campeón de esos Juegos
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