La mitad de los cines ya pasan sólo películas digitales

Ana Torrent en 'El espíritu de la colmena'

Mucho antes de dirigir grandes películas como El crack, Dar la cara o Noches sin lunas ni soles, cuando aún era imposible aventurar que su pasión por el cine se transformaría en un oficio, el pequeño José Martínez Suárez, de 6 o 7 años, se juntaba con sus amigos los sábados al mediodía en la entrada de Villa Cañás, pequeño pueblo del sur de Santa Fe. Sentados en el cordón de la vereda, los chicos aguardaban ansiosos la llegada de la camioneta que traía las latas con las películas desde Rosario. Si había llovido la espera se ponía tensa: los caminos embarrados podían condenarlos a un fin de semana sin cine. Si llegaba, se subían en la parte de atrás y así viajaban hasta el cine Dante, donde ayudaban al proyectorista a bajar y acomodar los rollos.

La anécdota, que Martínez Suárez cuenta en el libro Estoy hecho de cine, tiene más de 80 años. Trasladar las latas de un cine a otro, un modo romántico de distribuir películas, está a punto de desaparecer. La digitalización del cine, un proceso que parece inexorable, está cambiando todo: la manera en que se exhiben las películas, el modo en que se hacen y, también, su distribución. En Argentina algunos filmes ya llegan a las salas vía satélite, sin que medie ningún soporte físico, algo que un futuro difícil de establecer con precisión pero indudablemente cercano se transformará en la norma.

La digitalización avanza desde hace unos años en Argentina. Hoy el 53 por ciento de los alrededor de 850 cines del país tienen instalados proyectores digitales, y algunas de las grandes cadenas, como Hoyts y Cinemark, ya reconvirtieron todas sus salas, lo que demanda entre 1,6 y 2 millones de pesos por cada una. El cambio no significa sólo el reemplazo del proyector de 35 milímetros, sino que implica también otras modificaciones que los espectadores podrán notar.

David Pereyra, de la filial argentina de NEC –una de las cuatro empresas en todo el mundo que fabrican proyectores digitales con la norma DCI, impuesta por Hollywood–, asegura que el cine digital ofrece mayor calidad de imagen y sonido. "Ya no existe el parpadeo que se notaba con la película de celuloide. Y no hay desgaste: el film se ve siempre con la misma calidad, no importa cuántas veces se pase. El sonido, además, es completamente diferente", sostiene. Aunque la mayoría de las salas del país tienen sonido 5.1 (cinco parlantes y un subwoofer) o 7.1, lo que viene es el 11.1, que genera una sensación envolvente.

Por ahora la mayoría de las películas digitales se siguen distribuyendo físicamente, con un disco rígido (denominado DCP) que se lleva de una sala a la otra. Pero de a poco va ganando lugar la distribución vía satélite: la sala instala una antena, que permite "descargar" la película y alojarla en un servidor propio. El archivo viene encriptado y sólo puede reproducirse en días y horarios preestablecidos. Esto, dicen desde la industria, ayuda a combatir la piratería. No tanto por la seguridad sino porque permite que las películas se estrenen en simultáneo en todo el país, lo que le quita tiempo a los "piratas".

Las partes interesadas en el asunto (productores, distribuidores, fabricantes) suelen destacar las supuestas ventajas del digital frente a celuloide, pero lo que está empujando el cambio es una cuestión de dinero. Hacer una copia digital cuesta menos de la mitad que una en celuloide, y con la distribución satelital ya ni hace falta.

Mientras un filme en 35 milímetros puede tener cuatro o cinco rollos y pesar unos 30 kilos, los digitales se miden en otros términos: "pesan" entre 200 y 250 gigas (el equivalente a unos 50 DVD), valor que se duplica si el paquete de datos incluye varias pistas de audio –idioma original, doblaje–, versiones en 2D y 3D y subtítulos. La resolución es de 2K (unos 2 mil píxeles horizontales) o 4K (unos 4 mil). La transmisión satelital, que puede hacerse en varias salas a la vez, demora unas 7 horas. Maléfica, producción de Disney protagonizada por Angelina Jolie que está en cartel, se distribuyó así.

Cinecolor Argentina, empresa especializada por años en el trabajo sobre celuloide, debió reconvertirse y ya instaló tres antenas en complejos de cines argentinos. "Alquilamos un satélite en Chile y armamos una red con todas las locaciones que tenemos en América latina", explica su gerente general, Alejandro Heredia. "El digital es un camino de ida. No se va a volver al celuloide", agrega.

Ante este panorama, el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) anunció hace un mes dos líneas de créditos blandos del Banco Nación y el BICE para que todos los cines –en especial las salas independientes– puedan reacondicionarse. Además, firmó convenios con la estatal Ar-Sat para ofrecer servicios de distribución satelital y por fibra óptica para las películas nacionales. A fines del año pasado se instaló la primera antena, en el techo del Gaumont.

Pero no todos abrazan las novedades. "Para mí el formato digital representa la muerte del cine", disparó Quentin Tarantino en el reciente Festival de Cannes, luego de la proyección –en digital– de Por un puñado de dólares, seminal spaghetti western de Sergio Leone que lanzó a la fama a Clint Eastwood. "Una proyección en digital equivale a encender el televisor. Eso no es cine", agregó.

En el comienzo de El espíritu de la colmena, obra maestra de Víctor Erice, se muestra una situación similar a la que contó Martínez Suárez: en la España de posguerra, un grupo de chicos se alborota alrededor de una camioneta que trae un proyector y una copia de Frankenstein. La película habla, entre otras cosas, del descubrimiento temprano de la muerte. El cine, una de las más jóvenes expresiones del arte, se enfrenta hoy a un cambio de paradigma. Lo que de algún modo significa enfrentarse a la muerte. Y quizá volver a nacer. ■

> Esta nota fue publicada el sábado en el diario Clarín.

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