Las películas de sus vidas, elegidas por cineastas argentinos para los alumnos [*]

Jean-Pierre Léaud en 'Los 400 golpes', de François Truffaut

LOS FILMS QUE LOS MARCARON

-TRISTÁN BAUER
Milagro en Milán (1951), de Vittorio de Sica
-DANIEL BURMAN
El dependiente (1969), de Leonardo Favio
-ADRIÁN CAETANO
¡Qué bello es vivir! (1946), de Frank Capra
-JUAN JOSÉ CAMPANELLA
Atrapado sin salida (1975), de Milos Forman
¡Qué bello es vivir! (1946), de Frank Capra
-ALBERTINA CARRI
La noche del cazador (1955), de Charles Laugthon
-LEONARDO FAVIO
Rashomon (1950), de Akira Kurosawa
-PAULA HERNÁNDEZ
El hijo (2002), de Jean-Pierre y Luc Dardenne
-ALBERTO LECCHI
Tiempo de revancha (1981), de Adolfo Aristarain
El graduado (1967), de Mike Nichols
-LUCREACIA MARTEL
¿Qué pasó con Baby Jane? (1962), de Robert Aldrich
-HÉCTOR OLIVERA
La patrulla infernal (1957), de Stanley Kubrick
-MARCELO PIÑEYRO
El padrino (1972), de Francis Ford Coppola
Cabaret (1972), de Bob Fosse
-LUCÍA PUENZO
El joven manos de tijera (1990), de Tim Burton
-LUIS PUENZO
El conformista (1970), de Bernardo Bertolucci
-CARLOS SORÍN
Cuando huye el día (1957), de Ingmar Bergman
-ELISEO SUBIELA
La balada del soldado (1959), de Grigori Chukhari
-DAMIÁN SZIFRÓN
El cantor de jazz (1980), de Richard Fleischer
-JUAN TARATUTO
E.T., el extraterrestre (1982), de Steven Spielberg
-PABLO TRAPERO
Tiempos modernos (1936), de Charles Chaplin

El gran François Truffaut decía que a veces faltaba al cine para ir a la escuela, asunto presente en su primera y sorprendente película, Los 400 golpes (1959). Pero Antoine Doinel, su álter ego, ya no necesitaría escaparse: a partir de hoy el cine ingresa oficialmente a las aulas de las escuelas secundarias con el libro La película que me marcó, en el que dieciocho directores argentinos (Juan José Campanella, Leonardo Favio, Lucrecia Martel y otros) cuentan qué películas modificaron sus vidas y por qué un adolescente debería verlas.

"La idea es acercar a los chicos a un cine diferente, que quizá no conocen. Además queríamos que vieran cómo una película puede marcar la vida. Y que se pregunten qué filmes les dejaron una huella y por qué", cuenta Roxana Morduchowicz, directora del programa Escuela y Medios del Ministerio de Educación nacional, que creó la iniciativa.

El libro se presentó ayer en un complejo de salas de cine de Palermo. Fabián Gianola condujo el acto, del que participaron el ministro Alberto Sileoni y algunos de los cineastas que formaron parte de la iniciativa. Ellos eligieron las veinte películas que integran el libro, que van desde clásicos canónicos (La noche del cazador, de Charles Laughton, elegida por Albertina Carri) hasta grandes obras contemporáneas (El hijo, de los hermanos Dardenne, escogida por Paula Hernández), e incluye dos films argentinos: El dependiente, de Leonardo Favio (la preferida de Daniel Burman) y Tiempo de revancha, de Adolfo Aristarain (decisión de Alberto Lecchi).

Según la última encuesta sobre consumos culturales de adolescentes, el 95 por ciento de los chicos sólo ve películas estadounidenses recientes. Y apenas el 5 por ciento había visto una argentina en el último año. "El libro viene a llenar huecos", dice Morduchowicz. Además de los films elegidos hay una ficha de cada director y al final se proponen actividades para realizar con los chicos.

Desde la semana próxima el libro va a llegar a todas las escuelas secundarias públicas del país. El resto lo pueden bajar gratis desde www.me.gov.ar/escuelaymedios. ■

[*] Artículo publicado en la edición de hoy del diario Clarín.

Do I have to say his name?

Clarence Clemons y Bruce Springsteen
El sábado 18 de junio pasado murió el ministro del alma, secretario de la hermandad, el enorme saxofonista de la enorme E Street Band de Bruce Springsteen. Mariana Enriquez lo despidió ayer con un bello artículo publicado en Radar que se reproduce a continuación. Do I have to say his name?

Soplando en el viento

Por Mariana Enriquez

La única vez que vi a Clarence Clemons en carne y hueso fue en 1988, River Plate, festival de Amnesty. Tenía 13 años y me había llevado una amiga de mi madre fanática de Sting. Recuerdo haberme aburrido bastante hasta que apareció la E Street Band y descubrí el rock. Era tarde y yo tenía frío pero me acuerdo de haber quedado boquiabierta con I’m On Fire y de preguntar ansiosamente cuál era el título de esa canción a dúo con Sting (era The River). Y es asombroso cuánto me acuerdo del hombre enorme con anteojos negros, boina de pantera negra, aretes largos de metal plateado y un sobretodo que se sacó para quedarse en chaleco, también negro. No recuerdo en qué tema hizo el solo de saxo, espiando la setlist de esa noche sospecho que fue en Born To Run. Nunca había sentido algo así. La canción ya alcanzaba por sí sola alturas de emoción tensa, de euforia triste, algo inexplicable para quien no haya visto en vivo a Springsteen y la E Street Band. Y entonces entraba el saxo y llevaba la canción incluso más lejos, a un sitio épico, vasto, libre. Ese saxo tenor era Clarence Clemons. Murió la semana pasada a los 69 años: hacía 39 que estaba con la E-Street Band. Springsteen publicó un comunicado austero y sentido. ¿Qué se puede decir cuando se muere el alma de tu banda? Se apoyaba en Clarence incluso literalmente, como en la tapa del mejor disco que hicieron juntos, Born to Run. Ahí están tres de los mejores solos de Clarence, el de Thunder Road, el del tema del título y el de Jungleland, el más esperado en vivo, que fue grabado en dieciséis horas hasta alcanzar la perfección. Era el nexo entre un rockero blanco de Nueva Jersey y el soul negro, el arma secreta de ese sonido tan vital que a veces resulta enloquecedor. En los últimos años la presencia de Clemons se fue diluyendo en los discos, pero en vivo era el pilar, el más aplaudido, el adorado: ¡un saxofonista!

El saxo de Clarence traduce lo que dice Springsteen. O lo que tocaba. En Badlands le dobla la apuesta al solo de guitarra y lo empequeñece tanto que es necesario volver a la canción con susurros; en Thunder Road está clarísimo que Mary y su chico nunca se van a ir de ese pueblo de perdedores si no los ayuda el saxo de Clarence, que los despide y les da la bienvenida; en Bobby Jean está lleno de urgencia y ternura para que la chica perdida escuche en la radio esa canción que la busca y la saluda. Springsteen lo sabía. Escribió en su mensaje tras la muerte de Clarence: "Con él, mi gran amigo, mi compañero, mi banda y yo pudimos contar una historia con mucha más profundidad de la que nos brindaba sólo la música". La leyenda cuenta que en 1970 Clarence fue a ver a la E Street Band. Esa noche llovía y cuando abrió la puerta del local donde tocaban, se desprendió y él se quedó ahí parado, con el picaporte en la mano y la tormenta a sus espaldas. Así llamó la atención del grupo. Escuchó un par de canciones y le preguntó a Springsteen si podía ser su saxofonista. Dicen que, desde esa primera noche, se entendían con sólo mirarse. Clemons sólo dejó la banda cuando Springsteen se lo pidió, entre 1989 y 1999, años en los que Bruce decidió un cambio de aire. El error fue enmendado con The Rising, un gran disco y un gran solo en Waitin’ on a Sunny Day, una de las canciones pop más lindas jamás escritas.

Lo llamaban The Big Man o The Big C; lo quería todo el mundo. Tuvo cinco esposas y cuatro hijos. Tocó con Aretha Franklin, Zucchero, Joe Cocker, Twisted Sister, Roy Orbison, Ringo Starr y Lady Gaga, que lo adoraba y lo invitó para su disco Born This Way y su canción y video The Edge of Glory, donde toca sentado en una escalera, todo de negro, con sus largas rastas. Actuó en The Wire repitiendo un papel que hizo en la vida real, el de coordinador terapéutico de jóvenes en riesgo –de eso trabajaba cuando empezó a tocar en bandas de Jersey, antes de Springsteen–.

Nunca volví a ver a la E Street Band. No volveré a verla. La E Street Band ya no existe. Puede haber suplentes para un saxofonista, pero no para el alma. ■

Oficializan por primera vez a los videojuegos como arte [*]

'Storyteller', de Daniel Benmergui
El año pasado la serbia Marina Abramovic se sentó frente a una mesa siete horas por día durante dos meses en, nada menos, una de las salas del Museo de Arte Moderno de Nueva York, y el público hizo largas filas para poder estar un rato junto a ella, que permanecía inmutable. Más cerca geográfica y temporalmente, el italiano Gianni Motte llegó a Ezeiza en enero y estampó la huella de su zapato en un bloque de cemento de 80 kilos que, valuado en varios miles de euros, se exhibió en la Fundación Proa. El mes pasado, el rosarino Carlos Herrera metió un par de calamares dentro de un par de zapatillas, les agregó una remera y un par de medias y envolvió todo en una bolsita de plástico: el olor a podrido invadió ArteBA y Autorretrato de mi muerte ganó los 50 mil pesos del premio Petrobras. Ahora, como una especie de frutilla virtual para este postre de artes bellas y no tanto, un importante organismo del gobierno de Estados Unidos que desde hace medio siglo otorga becas para diferentes expresiones artísticas incluyó a los videojuegos entre las expresiones a subvencionar. Una decisión que algunos vieron como la bienvenida oficial de los jueguitos electrónicos –una industria global que mueve muchos millones de dólares– al mundo del arte. ¿Devorará el Pac-Man a La Gioconda en el Louvre? ¿Marcel Duchamp se revuelve en su tumba por haber sido malinterpretado? ¿O está celebrando?

La decisión del Fondo Nacional de las Artes de Estados Unidos (National Endowment for the Arts, NEA) reavivó la discusión, tan antigua como imperecedera, acerca de qué es el arte. Hay que tener en cuenta la magnitud de la institución: el NEA fue creado en 1965 y desde entonces entregó más de 128 mil becas por unos 4 mil millones de dólares a diferentes instituciones artísticas. A principios de este mes el organismo, dirigido por el productor de Broadway Rocco Landesman, anunció que para su concurso 2012 creó una nueva categoría dedicada a medios interactivos en la que incluye a los videojuegos.

Agustín Pérez Fernández
EL GRAN JUEGO DE EXPERIMENTAR

Estudió cine antes de dedicarse a los videojuegos, aunque su interés venía desde chico, cuando disfrutaba de la Family Game, una consola de 8 bits que se vendió en los noventa. Y aunque realizó varios cortometrajes, que por supuesto se pueden ver en YouTube, hoy su medio de expresión son los videojuegos. "Busco realizar juegos con temáticas o elementos que no necesariamente se piensan como cómodos al medio. Son experimentaciones de diferente tipo para ver qué es lo que el medio interactivo me puede ofrecer en su profundidad", explica Agustín Pérez Fernández (26), creador de art games como El beso, Symphorophilia o Vestigios. Este último fue realizado especialmente para la reciente muestra Game On 2011: el arte en juego y tiene -según confiesa Agustín- influencias que van desde Jackson Pollock hasta Gaspar Noé. Permite a cada jugador crear su propia obra de arte mientras juega. "Se sienten parte de la obra", cuenta.
Nieto del artista plástico Pérez Celis, cree que la decisión del Fondo de las Artes de Estados Unidos es positiva. "Los videojuegos son una forma de arte muy nueva y lo que se legitima es la etapa de maduración del medio. Pero ninguna forma de arte puede mantenerse vigente y original si no tiene el espacio para experimentar sin medir las consecuencias", opina. Pero no reniega de los juegos industriales: "Existen varios que intentan experimentar un poco fuera de las formulas convencionales. Por ejemplo Valve, que es empresa grande, con productos como Portal hace una experimentación interesante del medio".

A esta altura nadie debería dudar de que el Tetris, del ruso Alekséi Pázhitnov, es una genialidad que ya tiene un lugar bien ganado en la cultura popular. Y todos deben saber que los gráficos y el nivel de detalle de las últimas versiones del más violento Call of Duty son asombrosos. Pero, ¿arte?

"¡Los videojuegos son arte!", gritaron, exultantes, unos cuantos las redes sociales, los blogs y los sitios web especializados –como www.cnet.com y www.escapistmagazine.com– y leyeron la decisión del NEA como una legitimación. Y lo vivieron casi como una revancha, sobre todo luego de una célebre sentencia de Roger Ebert, el crítico de cine más famoso de Estados Unidos, que hace unos años disparó: "Nadie de dentro o fuera de la industria ha podido citar un juego que merezca compararse con los grandes poetas, directores de cine y novelistas".

"La decisión del NEA es un sello de legitimación que ojalá nos sirva para trascender la pregunta sobre si son arte los juegos y poder discutir temas muchísimo más importantes como qué aportarían los videojuegos artísticos", opina el desarrollador Daniel Benmergui, autor de los juegos artísticos I wish I were the Moon y Today I Die, entre otros, que se pueden jugar (experimentar, sería más adecuado) en Internet. Busquen en Google y verán.

Es que la movida de los art games existe desde hace varios años en todo el mundo (algunos marcan el punto de inicio en 2006 con The Marriage, juego experimental de Rod Humble) y agrupa, Internet mediante, a miles de seguidores. "Los mejores juegos artísticos utilizan la habilidad del jugador para hacer que las cosas más importantes sucedan dentro de su mente", sostiene Martín González, creador de DejaVu y Pictomancer. "En los juegos industriales, como Call of Duty o World of Warcraft, lo que ves es lo que hay", diferencia.

¿El Tomb Rider que permite manejar a Lara Croft con el joystick es menos artístico que la película de Angelina Jolie? Henry Lowood, de la Universidad de Stanford, decidió que, como la literatura o el cine, los videojuegos necesitaban un canon. En 2006 juntó a un puñado de expertos, armó una lista de diez juegos (que incluyó al SimCity, las dos primeras versiones del Civilization y al Sensible World of Soccer) y la propuso a la Biblioteca del Congreso que, como con El ciudadano o Casablanca, los conserve como parte de la herencia cultural del país.

La comparación con el cine es inevitable: Hollywood mira cada vez más hacia la industria de los juegos para PC o consolas en búsqueda de ideas (y negocios). Pero lejos está de ser la única relación con otras expresiones artísticas. A principios de mayo se realizó en el Centro Cultural Recoleta la muestra Game On 2011: el arte en juego, donde se presentó el juego Rabbits for my closet, basado en el cuento de Julio Cortázar Carta a una señorita en París.

Como toda expresión artística compleja y algo críptica, los art games ya tienen su propia crítica, nexo imprescindible entre público y obra. El estadounidense Ian Bogost, autor del libro Juegos persuasivos: el poder expresivo de los videojuegos (2007) escribió en su blog que la decisión del NEA es "alentadora y no debe menospreciarse", aunque aclaró que "los caminos del arte son más complejos".

Benmergui da cuenta de esa complejidad: "Existen dos frentes: obtener legitimación para crear oportunidades (exhibiciones, concursos, becas) y crear juegos que rompan los límites y sean evidencia viva de los juegos como arte". ¿Los art games deben ser entretenidos? "Una definición que me gusta de arte versus entretenimiento: 'Entretenimiento es hacer disfrutar a la mayor cantidad de gente posible. Arte es mejorar la vida de al menos una persona", responde.

El alemán ZKM, uno de los centros de arte de nuevas tecnologías más importante de Europa, incorpora desde hace rato a los videojuegos en su colección. Francia tiene desde el año pasado su propio museo. En la inminente E3, la feria de la industria del entretenimiento digital más importante del mundo, se exhibirán los trabajos ganadores del concurso Into the Pixel. ¿Enviaría hoy Duchamp una PlayStation a un museo? ■

[*] Versión ligeramente modificada de un artículo publicado el sábado 4 de junio en el diario Clarín.