La declaración, lanzada hace 35 años, tiene el tipo de vigencia que respaldan los hechos. “Antes del rock and roll no tenía ningún objetivo. Lo intenté con el fútbol americano, el béisbol y todo eso... Pero no me adaptaba. El rock and roll nunca fue un hobby. Fue una razón de vivir”, dijo Bruce Springsteen en una entrevista en 1974. El miércoles pasado “El Jefe” cumplió 60 y demostró que sigue estando en gran forma. Working on a Dream, su último disco, ratifica su insoslayable capacidad para retratar el otro lado del sueño americano. Y la gira del mismo nombre -el lunes ofreció un concierto en Des Moines, Iowa, y desde esta semana se presentará en Rutherford, Nueva Jersey- confirma que mantiene intacta esa intensidad vehemente, abrumadora, que siempre desplegó sobre los escenarios.
Las seis décadas, además, lo encuentran aliviado. Alivio medido, sin optimismos desmesurados, que se respira en su último disco y que tiene que ver, en gran medida, con la asunción de Barak Obama, candidato por el que hizo campaña. “Estoy trabajando en una sueño / A pesar de problemas puede sentirse como si estuviera aquí para quedarse / Estoy trabajando en un sueño / Así nuestro amor dejara los problemas a la distancia”, canta en la canción que da título al álbum.
Hoy como ayer, sus letras destilan la honestidad del artista implacable que desde hace casi 40 años viene narrando los restos de aquella promesa hecha añicos. Entre la desolación y la esperanza, con la única compañía de guitarra y armónica o con el poderoso soporte de la histórica E Street Band, sus epopeyas urbanas son reflexiones descarnadas sobre la experiencia de vivir en Estados Unidos.
Springsteen visitó Argentina una sola vez, en 1988, como integrante de la gira mundial de Amnistía Internacional. Sólo el idioma puede explicar que aún sea visto en estas latitudes como una bandera del imperialismo. Sólo para quienes el inglés es una barrera infranqueable pueden creer que Born in the USA -canción que da título al disco de la bandera estadounidense en la tapa- sea una celebración de los años de Ronald Reagan. “Vuelvo a la refinería de mi pueblo / El capataz me dice: 'Hijo, si dependiera de mí' / Fui a la Administración de Veteranos de Guerra / Me dijeron: 'Hijo, ¿aún no lo has entendido?”, canta, entre la crítica a la guerra de Vietnam y la vindicación de sus marginados. Como sostienen algunos críticos, lo que John Steinbeck logró con Viñas de ira a fines de los treinta Springsteen lo hizo con el crudo y ascético Nebraska a principios de los ochenta. No por casualidad uno de sus discos, ya en los noventa, se titula The Ghost of Tom Joad.
Hijo de un obrero de ascendencia irlandesa y de una secretaria con antepasados italianos, cruza de un Bob Dylan rockero y un Elvis Presley reflexivo, salvador del rock en los convulsionados setenta, ganó diecinueve premios Grammy, dos Globos de Oro y un Oscar, por la canción de Filadelfia (Philadelphia, Jonathan Demme, 1993). Vendió más de 120 millones de discos y se convirtió en multimillonario. Pero sigue viviendo en Nueva Jersey y su figura continúa identificada con la clase trabajadora. Como escribió en 2004, en una columna publicada en el New York Times donde llamaba a votar por John Kerry: “A lo largo de los años traté de analizar lo que significa ser norteamericano. Cuál es la identidad y la posición que ocupamos en el mundo y cómo se ejerce mejor esa posición. Traté de componer canciones que hablaran de nuestro orgullo y criticaran nuestras fallas”. En eso sigue hoy, con algunos años más pero la misma energía. ■
[*] Versión ligeramente extendida de un artículo publicado el sábado 26 de septiembre en el diario La Razón de Buenos Aires. Para profundizar acerca de la relación de Bruce Springsteen con el cine -aquí apenas mencionada- se recomienda leer la muy buena nota que Javier Porta Fouz publicó en el número 201 de la revista El Amante (febrero de 2009).