Bafici 2015: dos documentales cinéfilos

Dick Miller en 'That Guy Dick Miller'

Su primera película, American Grindhouse (2010), contaba la historia del cine exploitation desde Traffic in Souls (1913) hasta fines de los años setenta, cuando los autocines comenzaron a desaparecer y los grandes estudios de Hollywood se apropiaron de los temas tradicionales de las producciones de bajo presupuesto. Luego hizo decenas de breves documentales que acompañaron como extras las ediciones en DVD y Blu-ray de una gran diversidad de películas, notablemente producciones de Roger Corman lanzadas por Shout! Factory. El nuevo trabajo de Elijah Drenner, que se exhibió en este Bafici, continúa esa senda.

That Guy Dick Miller (2014) cuenta la historia de uno de los grandes actores de reparto del cine estadounidense de los últimos sesenta años, que empezó a trabajar casi de casualidad. Por un amigo en común fue a verlo a Roger Corman para ofrecerle algunos guiones que había escrito. "Ahora no necesito guionistas, necesito actores", le dijo el rey de la clase B. "¡También soy actor!", improvisó Dick Miller. Así debutó frente a cámaras con un doble rol en el western Apache Woman (1955): hizo de cowboy y también de indio. Desde entonces acumula apariciones en cerca de 120 películas y una infinidad de serie de televisión, con un protagónico que nadie debería desconocer: el Walter Paisley de El falso escultor (1959), extraordinaria comedia negra que satiriza la cultura beatnik.

Con una gran cantidad de testimonios, Drenner recorre vida y obra de Miller, lo que significa también sobrevolar la trayectoria de Roger Corman. Desde los inicios, a fines de los cincuenta, con películas como El emisario de otro mundo (1957) o Guerra de los satélites (1958), hasta los años setenta, cuando los entusiastas jóvenes directores de la New World Pictures redescubrieron -y se apropiaron de- la figura de Miller. El caso más notable es el de Joe Dante, que le otorgó un papel en todas sus realizaciones.

Una de las claves de la perdurabilidad de Miller en el cine la ofrece John Sayles sobre el final del documental. El gran director y guionista, que actuó junto a él en la hermosa Matinee (1993), explica que Miller tiene la capacidad de desarrollar un personaje y hacerlo creíble en apenas una escena. Puede aparecer en pantalla sólo unos segundos -como el mozo de Después de hora (1985)– y sin embargo convencernos de que su criatura estuvo siempre ahí y seguirá estando una vez que la película termine. El propio Miller ratifica esa idea en la última escena. El cierre de That Guy Dick Miller, que no revelaremos, es un chiste guionado y harto predecible. Y sin embargo él logra hacerlo efectivo con un gesto, una mueca, con la forma de entonar sus líneas. Acaso ahí esté la confirmación del gran talento de un actor notable y, al menos hasta ahora, quizá no del todo reconocido.

That Guy Dick Miller se inscribe dentro de una línea de documentales cinéfilos que en los últimos años viene intentando rescatar ciertos personajes, películas o períodos algo olvidados, generalmente vinculados al cine de bajo presupuesto y sus arrabales y a la cultura popular, que logran buena circulación en festivales. Suelen ser tener bastantes similitudes: una forma más o menos clásica, gran cantidad testimonios, mucho humor y un montaje ágil y cuidado. Ahí están, entre otros, Corman's World: Exploits of a Hollywood Rebel (2011), That's Sexploitation! (2013), la obra del australiano Mark Hartley o películas que narran el auge y la caída del video hogareño como Rewind This! (2013) y Adjust Your Tracking (2013). También se podría sumar la producción francesa Rocky IV: le coup de poing américain (2014), exhibida en este Bafici, que intenta una aproximación política y social a la cuarta entrega de la saga del legendario boxeador creado por Sylvester Stallone. Al verlos uno piensa por qué no hay ejemplos de este tipo en Argentina, país con una riquísima historia cinematográfica. Se me ocurren un par de motivos, probablemente insuficientes como explicación. Por un lado, la falta -o al menos las deficiencias- de una política estatal de conservación del patrimonio fílmico nacional, lo que dificulta el acceso a mucho material. Por otro, el escaso conocimiento en el exterior de buena parte del cine argentino no reciente, lo que podría limitar la proyección de éstas películas en los festivales extranjeros.

'Un importante preestreno'

Pero pensando mejor el asunto surgen algunos ejemplos. De memoria, sin buscar demasiado: Carne sobre carne (2008), de Diego Curubeto; Ricardo Becher, recta final (2010), de Tomás Lipgot; incluso el muy inferior Dirigido por... (2005), de Rodolfo Durán. Y en estos días el Bafici estrenó otro, más en la línea de That Guy Dick Miller.

Un importante preestreno, de Santiago Calori, cuenta la historia -oral e improbable, aclara el subtítulo- de la cinefilia porteña, que durante años fue un faro para la región. El fascinante recorrido va desde los problemas con la censura y las formas de gambetearla (como los míticos tours cinéfilos hacia Uruguay) hasta la irrupción del video hogareño y la desaparición de las salas de Lavalle y los cines de barrio, que cambiaron para siempre la forma de ver películas. Distribuidores cuentan sus desopilantes ocurrencias para colgarse, con adquisiciones berretas, de los grandes éxitos de la época, o la forma en que trataron de aprovechar el destape de los primeros años de la democracia.

Hay algunos momentos notables, que Calori resuelve con inteligencia y humor desde el montaje. Uno es el caso del estreno de Julie Darling (1983), que el inefable Claudio María Domínguez rebautizó, pícaro, como Déjala morir adentro. Cualquier cinéfilo que se precie debería conocer esa historia, y sin embargo en el cine, frente a la pantalla, la carcajada surge naturalmente por el modo preciso con el que se construye el suspenso.

Hay algo de genuina y hasta necesaria nostalgia en Un importante preestreno, porque lo que se extraña no es una juventud que ya no volverá. Las formas de ver cine cambiaron radicalmente desde de los años noventa, y es difícil no sentir pena por el modo en el que el mercado -con la forma de shoppings, baldes de pochoclo y demás invasores- metió la cola. No todo tiempo pasado era mejor, pero mucha veces ofrecía un encanto que se perdió para siempre. ■