Cine argentino clásico restaurado en el Malba

Delia Garcés en 'Gente bien', de Manuel Romero

La oportunidad es extraordinaria: el Malba programó para enero el ciclo "Cine argentino de siempre". Se trata de 18 películas clásicas del cine nacional que forman parte de la colección que Turner Internacional Argentina le donó en 2012 al Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa). Se exhibirán en copias nuevas en fílmico, recientemente restauradas, lo que permitirá verlas casi como en el momento de su estreno. En este blog ya se comentaron cinco de estos films, que se proyectaron en el último Festival de Mar del Plata. Todos valen la pena, pero sobre todo conviene no perderse Gente bien, La dama duende y No abras nunca esa puerta.

A continuación, la programación completa:
  • Gente bien (1939), de Manuel Romero
    Jueves 9 de enero a las 18
    Viernes 10 de enero a las 18
    Jueves 30 de enero a las 18
  • El último payador (1950), de Homero Manzi y Ralph Pappier
    Jueves 9 de enero a las 20
    Domingo 12 de enero a las 22
    Jueves 30 de enero a las 22
  • Historia del 900 (1949), de Hugo del Carril
    Jueves 9 de enero a las 22
    Viernes 31 de enero a las 18
  • Eclipse de sol (1943), de Luis Saslavsky
    Sábado 11 de enero a las 18
    Domingo 12 de enero a las 20
  • La pródiga (1945), de Mario Soffici
    Jueves 16 de enero a las 18
    Viernes 17 de enero a las 18
  • Ambición (1939), de Adelqui Millar
    Jueves 16 de enero a las 20
    Domingo 19 de enero a las 22
  • La cabalgata del circo (1945), de Mario Soffici
    Jueves 16 de enero a las 22
    Viernes 17 de enero a las 20
    Viernes 31 de enero a las 20
  • Tango bar (1935), de John Reinhardt
    Jueves 23 de enero a las 18
    Viernes 24 de enero a las 18
  • La dama duende (1945), de Luis Saslavsky
    Jueves 23 de enero a las 20
    Domingo 26 de enero a las 22
  • Muchachos de la ciudad (1937), de José A. Ferreyra
    Viernes 1 de febrero a las 18
    Sábado 2 de febrero a las 20
  • La Cumparsita (1947), de Antonio Momplet
    Jueves 30 de enero a las 20
    Domingo 2 de febrero a las 22
  • El hermoso Brummel (1951), de Julio Saraceni
    Sábado 18 de enero a las 20
    Domingo 19 de enero a las 20
El Malba queda en Figueroa Alcorta 3415, y las entradas para el cine cuestan 35 pesos (18 para estudiantes y jubilados). Para más información se puede consultar la página web del museo. ■

Volver al videoclub

Los videoclubes no son simplemente locales comerciales. Desde fines de los setenta fueron parte central de la revolución cultural del video, que permitió por primera vez el ingreso masivo de la historia del cine a los hogares. Como las librerías, son espacios culturales que la tecnología difícilmente pueda reemplazar.

Jaqueados por la piratería y los servicios de streaming tipo Nextflix, hoy atraviesan una época complicada. Pero mientras las grandes cadenas abandonaron el negocio (el último gigante que tiró la toalla fue Blockbuster, que en noviembre cerró los 300 locales que mantenía en Estados Unidos), algunos videoclubes sobreviven en base a la especialización. Aquí van dos videos que permiten adentrarse en estos gigantes independientes que, de la mano de una atención personalizada y un catálogo inigualable, siguen dando pelea.

Alessandro Magania y Max Tannone realizaron el documental There Were Always Dogs, Never Kids (2012), dedicado al videoclub Alan's Alley Video, de Nueva York.


Y David Chen, del sitio /Film, recorrió los interminables pasillos de Scarecrow Video, en Seattle, probablemente el videoclub más grande del mundo.


Estos dos videos se suman a una movida -integrada también por recientes documentales como Rewind This! y Adjust Your Tracking- que intenta revisar aquella época, rescatarla del olvido. Están hablados en inglés y no tienen subtítulos en castellano. Pero aunque no se entienda el idioma vale la pena verlos, como para volver a esos tiempos en los que nos quedábamos horas dando vueltas por los exhibidores de un videoclub en búsqueda de la próxima gema a descubrir. Para muchos de nosotros, la época en que nació nuestra pasión por el cine. ■

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William Petersen y Kim Greist en 'Cazador de hombres'

Ver o rever un clásico en una sala de cine, casi como en el momento de su estreno, es una de las posibilidades más placenteras que brindan los festivales. Las buenas películas son las que resisten (o más bien invitan a) sucesivas revisiones, en las que siempre se puede descubrir algo más, algo nuevo. Sobre todo cuando se proyectan en fílmico, soporte en el que fueron concebidas, con esa textura inigualable y esas pequeñas, a veces casi imperceptibles marcas que anticipan el cambio de rollo. En este sentido fue un poco decepcionante la proyección de Deliverance, obra maestra de John Boorman, que se exhibió en digital: algo así como verla en casa pero más grande.

No tengo claro si Cazador de hombres (1986), de Michael Mann, es un clásico. Podría serlo: es una película que perdura más allá de su tiempo, que logró trascender las pautas de obsolescencia y hoy puede ser vista sin necesidad de contextos que la justifiquen. Algunos sostiene que se trata más bien de un clásico de culto, imprecisa categoría definida por la actitud del espectador que puede contener obras tan disímiles en calidad y pretensiones como Orgía de horror y locura y Los bañeros más locos del mundo.

Al margen de esa discusión, Cazador de hombres es sin dudas muy buena. En general el tiempo le pasa muy bien al cine de Mann. Sus películas se suelen ver hoy mejor que en el momento de su estreno, como si la distancia las despegara de las marcas de su época y resignificara cierto "fechado" de origen. La nostalgia ochentosa, tan celebrada en estos días retromaníacos, es en este caso la excusa menos interesante para volver a verla.

Como se sabe, el film es una adaptación de la novela Red Dragon (1981), de Thomas Harris, primera aparición de ese asesino serial tan cruento como brillante que es Hannibal Lecter. Cuenta la historia de Will Graham (William Petersen), un ex agente del FBI especializado en perfiles psicológicos que se retiró luego de sufrir severas consecuencias psíquicas y físicas al atrapar a Lecter (que en la película Mann rebautizó como Lecktor y es interpretado por Brian Cox). Will vive con su esposa y su pequeño hijo en las playas de Florida, hasta donde lo va a buscar un ex jefe (Dennis Farina) para tratar de convencerlo de que lo ayude a detener a un nuevo asesino serial que aterroriza a todo el país. Will, que teme volver a involucrarse a fondo en la mente de un asesino, se debate entonces entre su vida privada -que intenta resguardar a toda costa- y su trabajo. "Si volviera, sólo miraría las pruebas. No me involucraría más. El no me vería ni sabría cómo me llamo", le promete a su esposa. Pero en el fondo sabe que no podrá ser así.

Ahí está uno de los nudos de la película: a veces para combatir algo (los propios miedos o un asesino serial) es necesario poner todo, incluso dejar en evidencia las angustias más íntimas, volver a escarbar en esas heridas que aún no cicatrizan. Los personajes de Mann suelen ser profesionales obligados por las circunstancias a poner a prueba su responsabilidad. Hay una concepción del deber que puede parecer un poco anticuada en este mundo solipsista y que es, ante todo, una postura moral del director.

William Petersen y Brian Cox en 'Cazador de hombres'Como otras de sus realizaciones, Cazador de hombres sufrió cierto maltrato en el momento de su estreno. Un gran crítico como Dave Kehr sostuvo en el Chicago Tribune que Mann "cree tanto en el estilo que casi no le queda resto para construir con convicción los personajes o situaciones de la película, que sufre los consecuentes daños". Poner tanto el foco en el estilo, agregó, termina por "drenar cualquier noción de credibilidad" de la trama.

La acusación de formalista es una de las más comunes que Mann suele recibir. Es cierto que por momentos la puesta en escena puede atentar contra el verosímil (el lugar donde está detenido Lecktor, por ejemplo, se parece más al Guggenheim que a una cárcel de máxima seguridad), pero en su cine forma y fondo conforman un todo indisoluble. El exceso de color de algunas escenas, que algunos ven hoy como una marca de época un poco grasuna, representa el estado de ánimo de los personajes, o incluso directamente los delínea. Lo mismo ocurre con cierta grandicoluencia operística: el enfrentamiento final, en el que Will atraviesa una ventana en cámara lenta al ritmo de In-A-Gadda-Da-Vida, de Iron Butterfly, no es más que la resolución metafórica del conflicto interno del personaje. Por otro lado, la alegoría -procedimiento siempre conflictivo en el cine- de los huevos de tortuga que Will intenta proteger en la playa junto a su hijo apenas se deja ver, funciona como una alusión bastante discreta y bien colocada a la invasión de la privacidad, otro de los temas centrales de la película. Mann no descuida la forma pero es ante todo un gran narrador, de una precisión notable, que jamás se esconde detrás de un montaje vertiginoso (la tan frecuente huida ante la dificultad de la que hablaba François Truffaut).

De todos modos, creo que hay algo en Mann que se toma o se deja, que parecería no necesitar demasiadas justificaciones: cierta solemnidad que atraviesa su cine, una gravedad evidente que se contrapone a tanta película que no puede más que reírse de sí misma para gambetear sus inconsistencias. A Man se lo toma en serio o no se lo toma. Es así que muchas críticas apelan al sarcasmo (recordar el texto canchero con el que Gustavo Noriega despreció Fuego contra fuego en El Amante), una actitud de altanera superficialidad que impide profundizar en lo que realmente importa.

Cazador de hombres representó además un paso adelante de Mann luego de la fallida La fortaleza maldita. Y marcó el nacimiento de un autor: casi todas las constantes de su obra, que ya habían aparecido en Thief, su primera y excelente película, se refuerzan aquí y se terminarían consolidando en la década siguiente con Fuego contra fuego y El informante, sus obras maestras. ■

[*] Cazador de hombres y Deliverance se proyectaron en el Festival de Cine de Mar del Plata dentro de la sección Generación VHS. Quiero agradecer a Carolina Giudici, del blog Morir en Venecia, que colaboró con la traducción de la crítica de Dave Kehr y me ayudó a aclarar algunos conceptos teóricos.