We got one last chance to make it real

Aunque no soy americano, ni ya muy joven, odio los coches y puedo comprender por qué tanta gente encuentra a Springsteen histriónico y grandilocuente (pero no por qué lo encuentran machista o patriotero o tonto: este tipo de juicios ignorantes han atormentado a Springsteen durante la mayor parte de su carrera, y provienen de unos listos que en realidad son mucho más tontos de lo que él ha sido jamás), 'Thunder Road' logra, de alguna forma, hablar por mí.
El británico Nick Hornby, citado por Javier Porta Fouz en ADN en una buena nota a propósito de Wrecking Ball, el nuevo disco de Bruce Springsteen. Da pena que a esta altura todavía haya que andar vindicando al más grande artista popular de los últimos 40 años. ■

La chica del dragón tatuado, de David Fincher

Ilustraciones

Rooney Mara en 'La chica del dragón tatuado'

El cine es cine cuando narra con su propio lenguaje, distinto al de cualquier otra expresión artística (en este sentido, recomendación al paso: vean el cálido e inteligente homenaje de Scorsese a Méliès en Hugo). Un director puede escribir con la cámara o simplemente usarla para ilustrar ideas, suyas o de otro. Esto último se ve muy claro en una escena de La chica del dragón tatuado, donde el cine -el cine de David Fincher, en este caso- se muestra estéril y apenas puede dedicarse a ilustrar.

Cerca del final, Lisbeth (Rooney Mara) está buscando información en el archivo privado de la empresa de la familia Vanger. Cruza datos y comienza a advertir una relación entre una serie de asesinatos de mujeres y la ubicación de las plantas de la fábrica. Lisbeth es una hacker que hasta ese momento se había mostrado inteligente, observadora y -como hace notar explícitamente la película- muy memoriosa, a tal punto que en una ocasión se niega a anotar una dirección porque no lo necesita. Pero en ese momento, en el archivo, despliega un mapa de Suecia sobre la mesa y comienza a poner sobre él una foto de cada una de las chicas asesinadas junto a la sede de la empresa cercana al lugar del crimen. Arma una ilustración para mostrarle al espectador qué está descubriendo. El personaje ignora la diégesis y juega para la tribuna: hace algo absolutamente inverosímil, que sólo sirve para informar al espectador acerca de algo que Fincher no supo (o no pudo) resolver de otro modo, más cinematográfico.

Alguien podrá decir que se trata de una convención, similar a la que aceptamos, sin mayores cuestionamientos, cuando oímos que en la película los suecos -vaya artificio- hablan en inglés. Yo creo que se trata más bien de una zona compleja de transitar (más compleja aún en estos tiempos en los que la tecnología pone el jaque al suspenso clásico) donde el cine, si no tiene ideas, se vuelve estéril.

Pero Fincher es un director capaz de juntar lo peor y lo mejor, de poner en una misma película grandes momentos pegados a otros totalmente fallidos. Lo demostró, sobre todo, en El curioso caso de Benjamin Button (2008). Apenas unos minutos después de la escena descrita arriba hay un momento extraordinario en La chica del dragón tatuado, absolutamente cinematográfico, que deja sutilmente un hueco para que complete el espectador.

Martin Vanger (Stellan Skarsgård) obliga a Mikael Blomkvist (Daniel Craig) a ir hasta el sótano de su lujosa casa, que en realidad es un sofisticado cuarto de tortura, donde lo ata y lo deja inmovilizado. Está listo para torturarlo. Pero antes enciende un equipo de música y comienza a sonar Orinoco Flow, de Enya. El rotundo contraste entre lo que se ve y lo que se oye define a Vagner en apenas un instante. Y acaso sea la mejor crítica jamás hecha sobre la canción de Enya, algo así como Claudio María Domínguez a 33 rpm. ■