Cuestionario cinematófilo

Hoy: JM, autor del blog Frenecine.

Frenecine
1- "Mi nombre es John Ford, y hago westerns". ¿Cómo te presentás?
Soy muy celoso de mi nombre. Para evitar confusiones, en el foro cinéfilo en el que me educan hace ocho años empecé a firmar los mails como JM. Y después una amiga empezó a decirme "Jota Eme" en el mundo real. Y quedó. Así que diré: "Soy JM, consumista de cine". Veo alrededor de 60 estrenos por año, un exceso considerando que un año tiene 52 semanas, que también alquilo películas de otros tiempos, que veo cine en TV y que el resto del día cobro lo que un joven periodista (poco).

2- ¿Cuál es tu héroe/heroína favorito del cine?
Me cuesta horrores responder porque se me ocurren muchos que quizás no son del todo heróicos. La corredora Lola siempre fue de mis favoritas (hasta tiene superpoderes), pero está ayudando a un delincuente e, indirectamente, a la mafia. Quizás sean más puros el jurado número ocho de los hombres en pugna o la Gail Hartman del río salvaje, o el Edward R. Murrow de la TV.

3- ¿Qué película volvés a ver cada vez que la enganchás en el cable?
En general, vuelvo a ver toda película que creo que me gustó un poco uno o dos años después de su estreno. Y después están las otras, que vi compulsivamente demasiadas veces: The Truman Show, Top Secret, Mentiras verdaderas, Crímenes y pecados, Sintonía de amor, Legalmente rubia, La boda de mi mejor amigo, Austin Powers 1, Misterioso asesinato en Manhattan, Moulin Rouge, Sleepy Hollow, Billy Elliot, las de los hermanos Farrelly y la última hora de Titanic. Pareciera que mayormente veo comedias y romances. Al contrario, soy más amigo de los policiales (tal vez no sea problema de mi memoria, sino de la programación de cable).

4- ¿A qué película le cambiarías el final y por qué?
Uf, claro que son muchas. Cuento las que se me vienen a la memoria. A Sólo un sueño le pondría el punto final antes de la espantosa conversación final entre Kathy Bates y su marido (o incluso antes). Esperando la carroza terminaría con la famosa frase de Mónica Villa. A Retrato de una obsesión le sacaría esa horrible catarsis sobre la infancia traumática. En Alguien tiene que ceder haría que Diane Keaton se fuera con K. Reeves (sería más escandoloso). En Búsqueda implacable juzgaría a Liam Neeson por los crímenes cometidos en Francia en el rescate de su hija. A Chicago hay que cambiarla entera, también se podría empezar por el final. En El imperio del Sol, haría que Christian Bale nunca reconociera a sus padres (aunque ellos sí a él). A los personajes de Ballast les dificultaría más las cosas. En Amor ciego, haría que Jack Black pusiera a Paltrow a dieta para mejorar su salud. Sé que quería cambiarle el final a Una novia errante, pero ni me lo acuerdo. Y si yo pudiera salvar a Grace y al pueblo en Dogville o a Selma en Bailarina en la oscuridad, sería un poco más feliz.

5- ¿A qué estrellas de Hollywood te gustaría ver en una porno? ¿Quién la dirigiría?
Emily Mortimer o Kirsten Dunst dirigidas por Julie Taymor o Jane Campion, serían combinaciones exquisitas. Pero para algo más guarro pondría a Penélope Cruz o Eva Mendez en las manos de Alfonso Cuarón.

6- Si Dios existe, ¿a qué persona o personaje del cine se parece?
De chiquito me aterraba la idea de que Dios se me apareciera. Así que si tuviera que pensar una imagen de Dios, diría que es algo que no quiero que se me aparezca: un cocktail de Joe Gideon, el Coronel Kurtz, Norma Desmond, Jim Morrison y los pájaros. Sin embargo, tengo la esperanza de que se le haya contagiado algo de la simpatía de Jack Lemmon (a quien seguro tiene cerca).

7- Por último, ¿qué es el cine?
Un lugar al que entro pagando alrededor de diez pesos, que tiene grandes salones oscuros con asientos que miran hacia un fondo sobre el que se proyectan luces desde un cuartito y equipos que emiten música desde las paredes o el techo, y en donde a veces puedo comer o dormir. En general, para llegar hasta allí, le digo a alguien: "¿vamos al cine?". Todo lo demás no existe. ■

Fue dicho

La obra de Orson Welles es la prosa que se vuelve música en el banco de montaje. Sus películas son filmadas por un exhibicionista y montadas por un censor.
François Truffaut en el número 180 de Cahiers du Cinéma (julio de 1966). Aunque Welles no estaba del todo de acuerdo con la idea, sí creía que para realizar el montaje había que tener un sentido del ritmo porque, sostenía, "la forma exacta de una película es musical". ■

And the loser is... everybody

Los premios Oscar
Dentro de unas horas comienza la ceremonia de entrega de los premios Oscar en el Kodak Theatre de Los Angeles. Luego del papelón del año pasado no voy a intentar pronósticos. Para eso pueden recurrir a quienes tienen más oficio y están mejor informados, como el crítico Diego Lerer.

De lo que no tengo dudas es de que se trata de una de las premiaciones más chotas de los últimos años. Las cinco nominadas son películas mediocres, chatas, temerosas, con poco para ofrecer. Ni siquiera hay algún peligroso bodrio estilo Vidas cruzadas (Crash, Paul Haggis, 2004), que ganó en 2006 y generó un escándalo en algunos ámbitos. La única excepción es Slumdog millionaire, la de Danny Boyle, que no es gran cosa pero al menos agitó y permitió la discusión. El resto, poco y nada.

Por la proximidad de los Oscar, febrero suele ser el mejor mes para ver cine made in Hollywood. Hay montones de estrenos -tanques y no tanto-, todos discutimos sobre ellos y nos ponemos complacientes con películas que probablemente jamás volvamos a ver. Por suerte sólo tiene 28 días: a fines de marzo comienza el Bafici, y luego viene Cannes para marcar gran parte de la agenda del resto del año. Y ahí, sí, veremos otro cine. Que también tiene sus vicios pero suele deparar más sorpresas. ■

El dolor de ya no ser

Mickey Rourke en una escena de 'The Wrestler'
Mi única fe está en los huesos rotos
y las contusiones que muestro.

Bruce Springsteen, The Wrestler.

Podría haber sido una gran película El luchador. Podría haber sido una gran película dentro de esas -casi un subgénero- que cuentan lo que ya se contó decenas de veces: la historia de alguien que conoció la gloria, tocó fondo y, con el dolor de ya no ser, intentó un regreso. De esas que de entrada parecen inexorablemente destinadas a transitar montones de lugares comunes y que, más que esquivarlos, necesitan plantearse cómo abordarlos. Darren Aronofsky no supo cómo. O, para ser precisos, eligió mal. Salió una buena película, casi a pesar suyo. Pero podría haber sido una mucho más grande.

Afiche de 'The Wrestler'
EL LUCHADOR (2008)
Título original: The Wrestler. Fecha de estreno: en Estados Unidos, 17 de diciembre; en Argentina, 19 de febrero de 2009. País: Estados Unidos y Francia. Duración: 115 minutos. Dirección: Darren Aronofsky. Producción: Darren Aronofsky, Scott Franklin, Ari Handel, Agnès Mentre. Guión: Robert D. Siegel. Fotografía: Maryse Alberti. Montaje: Andrew Weisblum. Música original: Clint Mansell. Elenco: Mickey Rourke (Randy "The Ram" Robinson), Marisa Tomei (Cassidy), Evan Rachel Wood (Stephanie Robinson), Mark Margolis (Lenny), Todd Barry (Wayne), Wass Stevens (Nick Volpe), Judah Friedlander (Scott Brumberg).

Randy "The Ram" Robinson es una ex estrella del catch de la que casi nada queda. Su única fe está en los huesos rotos y las contusiones que exhibe, como canta el gran Bruce al final. "Soy un pedazo de carne vieja", le dice a su hija, con la que no sabe cómo relacionarse. Su cuerpo, maltratado por una vida de excesos dentro y fuera del ring, ofrece testimonio. Debería estar más cerca de jugar a las bochas en una plaza que de andar revolcándose en un ring. Pero no sabe hacer otra cosa.

Hay dos escenas, bien planteadas pero mal resueltas, que funcionan como paradigma de lo que la película podría haber sido y no fue.

Una, la primera en órden cronológico. Randy arma en soledad su stand en una decadente feria para fans. Los escasos concurrentes se sacan una foto con él, le piden un autógrafo, le compran algún souvenir por unos pocos dólares. Cuando el asunto ya está más que claro, cuando sabemos qué pasa por la cabeza de Randy y sólo podemos sentir empatía por él, la cámara de Aronofsky hace un paneo, que no se priva de algunos zooms y planos detalle, del resto de los luchadores y las secuelas de sus batallas. Acompaña, más bien subraya, una guitarra a lo Santaolalla en Babel.

Otra, la segunda. Randy va a trabajar por primera vez atendiendo al público en un supermercado. En el baño, frente al espejo, se coloca la cofia y el carnet que lo identifica. Sale a recorrer el largo camino hasta el mostrador y la cámara lo sigue de cerca, en un prolongado travelling. Otra vez, cuando el asunto ya está claro, comienzan a sonar aplausos y gritos de un público enfervorizado, cada vez con mayor intensidad, hasta que desaparecen de manera abrupta cuando cruza la última cortina.

Alejado del estilo recargado de sus anteriores obras, el director quiso acercarse a una estética documental, seca y austera. Lo logró a medias: los subrayados y algunos manierismos atentan contra esas pretensiones. El "realismo" choca de frente contra escenas como las narradas más arriba.

El luchador es buena, en gran medida, porque Mickey Rourke la sostiene. Sin él (en algún momento se mencionó al insufrible de Nicolas Cage) no habría sido lo mismo. No porque haya paralelos con su vida privada -que los debe haber- sino por su actuación, notable, visceral y emotiva. Como Randy en el cuadrilátero, Mickey deja la piel en cada escena. Como Marisa Tomei con su impecable Cassidy, la striper que también vive de su cuerpo y advierte -con más lucidéz que su inflamado amigo- el implacable paso del tiempo.

Marisa Tomei y Mickey Rourke en 'El luchador'
Quienes no se emocionan cuando Rocky golpea una media res al ritmo de Gonna Fly Now -uno de los grandes momentos de la cultura popular de las últimas décadas- verán en El luchador una larga sucesión de clichés. Los que, en cambio, disfrutamos de las emociones deportivas vemos los códigos propios de este tipo de películas. Como en una pelea de catch, aceptamos el contrato implícito aunque, una pena, en este caso incluya algunos excesos cortesía de Aronofsky. Pero como la despareja historia del Semental Italiano, El luchador se convertirá en un clásico, en una de esas que volveremos a ver cada vez que irrumpa en un zapping. Para disfrutar, otra vez, esa gran película que pudo haber sido y no fue. ■

> Actualización. En uno de los comentarios revisé algunas cuestiones sobre este post.

Como en una innecesaria secuela

Hace unos cuantos meses Hernán publicó en Plano Cenital un bello post que recordaba la figura del Explicador, aquel personaje que a principios del siglo pasado realizaba en las salas una especie de visita guiada al argumento durante la proyección de la película. Se armó la discusión acerca de qué quedó hoy de la extinta profesión, y la clave la dio el propio Hernán en uno de los comentarios: "Me pregunto si no será más preocupante encontrarse con el Explicador reencarnado en el interior de ciertos films".

Una amiga, autora de un muy divertido blog, sostiene que las películas pueden calificarse según el soporte en el que merecen ser vistas. Así, hay películas para el cine, para el DVD, para bajar de la web y, por último, están las que se pueden ver sin problemas en Telefe. A esta último grupo pertenece Soltero en casa (Failure to Launch, Tom Dey, 2006).

La cosa es más o menos así: Tripp (Matthew McConaughey) es un soltero de treinta y pico que aún vive con sus padres. Ellos, motivados por una pareja amiga, comienzan a buscar la manera de que se mude. Entonces contratan a Paula (Sarah Jessica Parker), una profesional en estos asuntos, para que empuje a Tripp a dejar el nido.

Tripp suele practicar deportes extremos con dos amigotes. En una de esas salidas lo muerde imprevistamente una ardilla. En otra, un delfín. En la tercera, una lagartija. Al final de la película, cuando todo ya se resolvió con un previsible y convencional happy ending, Tripp sale a navegar con Paula. Ella está a cargo del timón, comete un error y él cae el mar. Mientras espera que le traigan un salvavidas se le acerca un delfín, aunque esta vez no lo agrede sino que lo ayuda.

Hasta ahí todo iba más o menos bien si no fuera porque antes, cuando la película estaba ingresando en el cuarto final, apareció el breve diálogo que pueden ver en el siguiente video.


Como si la alegoría no fuese lo suficientemente clara, la película la explica. Lo que confirma el comentario de Hernán: el Explicador, como si se tratara de una de esas innecesarias secuelas, está más vivo que nunca. ■

¿De la abyección?

Dev Patel y Freida Pinto en 'Slumdog Millionaire'
Cuando Jacques Rivette planteó la idea de la abyección, hace casi 50 años, hablaba de una película sobre el Holocausto. Sostenía que ante ese tipo de temas cualquier búsqueda de realismo es incompleta, que "cualquier enfoque tradicional del 'espectáculo' denota voyeurismo y pornografía".

Afiche de 'Slumdog Millionaire'
SLUMDOG MILLIONAIRE - ¿QUIEN QUIERE SER MILLONARIO? (2008)
Título original: Slumdog Millionaire. Fecha de estreno: en Estados Unidos, 12 de noviembre; en Argentina, 12 de febrero de 2009. País: Estados Unidos y Gran Bretaña. Duración: 120 minutos. Dirección: Danny Boyle. Producción: Christian Colson, Paul Ritchie. Guión: Simon Beaufoy, sobre una novela de Vikas Swarup. Fotografía: Anthony Dod Mantle. Montaje: Chris Dickens. Música original: A.R. Rahman. Elenco: Dev Patel (Jamal K. Malik), Madhur Mittal (Salim), Freida Pinto (Latika), Anil Kapoor (Kumar), Irrfan Khan (jefe de policía).

Con los años los conceptos suelen desvirtuarse. Así como hoy cualquier director con un puñado de obras atendibles es catalogado de auteur, a cualquier película que muestra alguna crueldad se la tilda de abyecta. Slumdog Millionaire, la última de Danny Boyle, cayó en la volteada. ¿Lo merece?

Hay, por encima de todo, una cuestión que permite refutar las acusaciones. Slumdog Millionaire - ¿Quién quiere ser millonario? (tal el ridículo título con el que se estrenó en Argentina) no tiene pretensiones de realidad. Todos los padecimientos de Jamal (que el crítico Diego Batlle se encargó de enumerar, con bastante saña, en Otros Cines [*]) se narran desde sus recuerdos, y la película, aunque ocasionalmente cambia el punto de vista, nunca se despega de eso. Todo es una gran ilusión -cuento de hadas o fábula, sostienen algunos- y Boyle jamás busca ocultarlo.

Por eso las preguntas del conductor del programa de concursos encajan a la perfección con la vida de Jamal. Por eso los pibes caen del tren y quedan, oh casualidad, frente al Taj Mahal. Por eso el protagonista encuentra sin mayores problemas a Latika en una ciudad de casi 14 millones de habitantes. Está todo escrito (It is written), como la respuesta que, al final, entrega la película al multiple choice que se planteaba de entrada. Está escrito, está guionado, es ficción. El baile final, mientras pasan los créditos, que algunos vieron como descolgado o incoherente, está completamente en sintonía con esto. Sólo hace más evidente la ilusión, que siempre estuvo ahí.

Esto no es Ciudad de Dios (Cidade de Deus, Fernando Meirelles, 2002), en la que le pegan un tiro en el pie a un nene y el director hace un primer plano. Tampoco Babel (Alejandro González Iñárritu, 2006), con sus intenciones de aleccionar sobre los problemas del mundo. Menos aún Tropa de Elite (José Padilha, 2007), con su pretendido realismo televisivo. Es una historia de amor, ficcional por donde se la mire, sin realismos.

Creerán entonces que quien suscribe se enamoró del film y defiende cada una de las diez nominaciones a los Oscar. Bueno, no. La película, se dijo, no es abyecta, aunque sí cae en algunos excesos y por momentos amaga con golpear debajo del cinturón. Ese es su principal problema. La escena de la tortura (que Boyle mantiene ligeramente fuera de campo) es una pifia no sólo por lo que muestra sino porque está en un registro distinto al del resto del film. Algo similar ocurre cuando los mafiosos le queman los ojos a un chico y, quizá en menor medida, cuando es asesinada la madre de Jamal. Todo eso tendría que haber sido atenuado.

A este problema hay que sumar la reiteración en exceso de un recurso: la idea original (contar la historia de un hombre a partir de las preguntas que le hacen en un concurso) es muy buena, pero el ir y venir entre la actualidad y los flashbacks se torna repetitivo y predecible. Eso, un final algo empalagoso, alguna escena de folletín turístico (la del Taj Mahal) y los excesos ya mencionado hacen de Slumdog... una película mediocre aunque disfrutable, que vale la pena ver. Pero -perdón por la insistencia- de ninguna manera abyecta. ■

[*] En la nota citada, Battle sostiene que "Slumdog Millionaire es el tipo de películas que suelen distanciar y hasta enemistar a críticos y cinéfilos con el resto de los mortales". Nada que ver: la de Boyle no parece ser de esas que se aman o se odian, o de esas que el público adora y la crítica destruye. En el medio hay montones de miradas distintas, que no tildan a la película de abyecta ni la abrazan como una obra maestra absoluta. Algunos ejemplos: Hernán en Plano Cenital; Carolina en Morir en Venecia; Leonardo M. D'Espósito en Crítica; Martín Pérez en Radar.

Cuestionario cinematófilo

Hoy: JB, autor del blog El Planeta de los Nimios.

El Planeta de los Nimios
1- "Mi nombre es John Ford, y hago westerns". ¿Cómo te presentás?
Mi nombre es Facundo, no hago películas, las veo, veo todo lo que puedo y leo también. Dentro de la cinefília me siento más cómodo en la categoría de "cinéfago". Trago todo lo que puedo y, aunque me interesa conocer y cada tanto leo algo, no me considero un cinéfilo "de primera". Más bien uno de segunda pero, eso sí, con muchas millas de vuelo.

2- ¿Cuál es tu héroe/heroína favorito del cine?
Héroe: Espartaco y la masa de "I'm Spartacus" donde aparece George Kennedy. Heroína: La joven/viejita de El increíble castillo vagabundo.

3- ¿Qué película volvés a ver cada vez que la enganchás en el cable?
No tengo cable, pero la verdad es que me engancho con cada cosa que ya pierdo la cuenta. Así que nombro dos películas que no tengo problemas en ver una y otra vez y que nada que ver... Los miserables (las dos, pero especialmente la de los treinta con Lawgthon "yo persigo con la ley" Javert) y Los suplentes con Keanu Reeves y su uso de Gloria Gaynor.

4- ¿A qué película le cambiarías el final y por qué?
Diría que esta pregunta parece hecha para contestar Casablanca. Bueno, al menos conocí más de una persona que diría Casablanca y que Elsa se quede con Rick. Esta es una facultad de los directores que agarran libros y los destrozan (o no). Por ejemplo: Darabont con La niebla hace con el final (que no deja de ser excelente) exactamente lo que King no quería hacer. King hizo un final abierto "de esos que se ven en las películas", según sus propias palabras, y Darabont le dio un final cerrado de esos que se ven en los libros.

Otro caso es el de Minority Report. Confieso que fui con ganas de ver como hacía Spielberg para conseguir un final feliz y lo hizo, nomás.

De más chico, a cada rato se me ocurrían distintos finales pero ya no recuerdo ninguno. Solamente de Match en el infierno, que me llevaron a verla en el Cosmos. Siempre quise que se salvaran. Después vino Escape a la victoria pero no es lo mismo, nadie cree en una remontada de 0-4. Por lo menos tuvieron la dignidad de dejarlo en empate...

Si le cambiaría el final a una película sería El señor de los anillos: el retorno del rey. Porque me parece que Jackson, que es un tipo que sabe muy pero muy bien como contar una historia, la pifió con ese final kilométrico. Además, tanto en Las dos torres como en ésta se jugó con cambios que resultaron bien, pero en el final no se decidió y no quiso cambiar para no enfadar a los fans de Tolkien, cosa que consiguió igual porque sacó el capítulo de La Comarca. Creo que se imponía un final más breve, sin media hora ¡después del climax! (¿a quién se le ocurrió eso?). Además, un sacrificio y una o dos muertes que lo actualizaran un poco (por ejemplo Arwen, ya que su personaje estaba tan sobredimensionado, o Frodo). Pero supongo que para que Holywood acepte algo así (sin embargo, sí lo hizo Nolan) tendremos que esperar. Lo mejor que hubiera pasado sería la muerte de Sam, como mucho.

5- ¿A qué estrellas de Hollywood te gustaría ver en una porno? ¿Quién la dirigiría?
No elegiría a una de esas de las que uno se enamora. En el caso de "algunos" sería la Connelly. En el mío no, pero pongamos la encantadora Scarlett Johanson: no quiero verla en una porno. Esa dulce estudiante de antropología que leyó a Margaret Mead (Adolescencia, sexo y cultura en Samoa) de la película Diario de una niñera. Uno quisiera... muchas cosas, pero no una porno. Para una porno elegiría a alguna de esas que ofician de símbolos excitantes pero intocables. Que expresan esa idea de "diosa" que, como decía Alfredo Grande, es una suerte de "coito interruptus" permanente que genera insatisfacción garantizada. Elizabeth Hurley, Beyoncé e inclusive Nicole Kidman joven podrían ser. En cuanto al director, Werner Herzog o Reiner Fassbinder, cada uno a su manera, tienen la locura suficiente y la disposición a cualquier cosa necesarias para algo así.

6- Si Dios existe, ¿a qué persona o personaje del cine se parece?
El manual de filosofía de Politzer empezaba con un rotundo "Dios no existe" que probablemente le enajenara el favor de una parte importante de los posibles interlocutores. Como no es mi intención, voy a seguir la premisa "si Dios existe...".

Si una persona, entonces Orson Wells, sin duda. Tiene toda la presencia física, el autoritarismo y la genialidad que, se supone, deberían ser sus atributos.

Si fuese un personaje, el Nerón de Peter Ustinov en ¿Quo Vadis?: un tipo todopoderoso, que decide sobre la vida y la muerte, caprichoso e incomprensible. Si fuese el Dios del Antiguo Testamento, con plan prefijado y vengativo, sería sin duda el Heatcliff de Timothy Dalton de Cumbres borrascosas.

Pero la figura del cine que más nos recuerda a dios es un director, con su plan que está sólo en su cabeza y con esa apariencia de crear de la nada. En ese sentido, con su plan inescrutable por encima del guión, su realismo, su estar dispuesto a todo y, otra vez, sus caprichos, Dios es Herzog.

7- Por último, ¿qué es el cine?
Versión corta: arte después de Auschwitz.

Versión larga: vida después de la muerte (y del laburo), los cines viejos de Lavalle y Corrientes, las colas de las películas, las colas para entrar, el programa, la moneda para el acomodador, los aplausos al final, los gritos aislados de "devuélvanme la entrada", los silencios en las de terror, los arrobamientos en las comedias románticas, las aclamaciones. Es el público pidiéndole al policía que no dispare en El exorcista o los nenes (mis contemporáneos) llorando a rabiar en Trapito o unas chicas lamentándose por el sufrimiento de los héroes en La comunidad del anillo. El final de Roma Ciudad Abierta o la Magnani cayéndose, el clip de Swin Girls, la carrera de Niños del cielo o el partido de fútbol que nunca se ve en Offside, los proyectos megalómanos de Welles o Herzog, Val Lewton disfrazando un drama psicológico como "una de terror" o Jane Eyre como una de zombies, los protagonistas eternos de Kaurismaki, el final de Abajo el telón o la carga de Tiempos de gloria.

Es Kirk Lazarus diciendo "yo soy ese hombre que está debajo del hombre que hace de otro". ■

Una huida ante la dificultad

La lucha de los superhérores para evitar que se desmorone el London Eye en Los 4 fantásticos y Silver Surfer (4: Rise of the Silver Surfer, Tim Story, 2007). La escena de acción principal de Batman, el caballero de la noche (The Dark Knight, Christopher Nolan, 2008), cuando desde un camión el Guasón dispara contra el vehículo policial que traslada a Harvey Dent. El inicio de Quantum of Solace (Marc Forster, 2008), con ese inexplicable montaje paralelo entre la persecución y la carrera de caballos.

Todas escenas de acción de películas recientes que están mal narradas, que privilegian un montaje vertiginoso en desmedro de la narración. Para decirlo de otro modo: no se entiende qué está pasando; está mal contado o al menos es confuso.

En el indispensable libro El cine según Hitchcock (Le cinéma selon Hitchcock), François Truffaut comenta una gran escena de Intriga internacional (North by Northwest, 1959) en la que Roger Thornhill (Cary Grant) acude solo a un encuentro con quienes pretenden asesinarlo en el medio del desierto. Dura unos siete minutos, con largos planos y casi sin diálogos.

"Creo que la utilización del montaje acelerado para crear el ritmo de las escenas de acciones rápidas, en muchos films, constituye una huida ante la dificultad, o incluso una forma de salir de apuros en la sala de montaje. Frecuentemente, el director no ha rodado bastante material y, por eso, el montajista se las arregla utilizando las tomas 'dobles' de cada plano y montándolas cada vez más 'corto', pero no es satisfactorio aunque se produce a menudo", dice el francés. "¿Quiere decir con ello que todo va demasiado deprisa y que no da tiempo a comprenderlo?", pregunta Alfred Hitchcock. "Sí, en general, en la mayoría de las películas", responde Truffaut.

El libro fue publicado originalmente a fines de 1967. La serie de entrevistas entre Truffaut y Hitchcock tuvo lugar en agosto de 1962. ■

Las dos películas de Fincher

Brad Pitt y Cate Blanchett en 'El curioso caso de Benjamin Button'
Tomaron un relato breve e hicieron una película de más de dos horas y media. Consiguió 13 nominaciones a los Oscar, entre ellas la de mejor actor para Brad Pitt [*], que tiene cuarenta y pico y con toneladas de maquillaje y unos cuantos gigabytes encima interpreta primero a un pibe en el cuerpo de un viejo y luego lo opuesto. Encima la escribió Eric Roth, a quien varios acusan de armar algo demasiado parecido a otro de sus productos, Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994).

Afiche de 'El curioso caso de Benjamin Button'
EL CURIOSO CASO DE BENJAMIN BUTTON (2008)
Título original: The Curious Case of Benjamin Button. Fecha de estreno: en Estados Unidos, 25 de diciembre; en Argentina, 5 de febrero de 2009. País: Estados Unidos. Duración: 166 minutos. Dirección: David Fincher. Producción: Ceán Chaffin, Kathleen Kennedy, Frank Marshall. Guión: Eric Roth. Fotografía: Claudio Miranda. Montaje: Kirk Baxter y Angus Wall. Música original: Alexandre Desplat. Elenco: Brad Pitt (Benjamin Button), Cate Blanchett (Daisy), Tilda Swinton (Elizabeth), Mahershalalhashbaz Ali (Tizzy), Julia Ormond (Caroline), Jason Flemyng (Thomas Button), Taraji P. Henson (Queenie), Ted Manson (Daws), Edith Ivey (Maple), Jared Harris (Mike).

Y sin embargo, desde ese desalentador punto de partida, El curioso caso de Benjamin Button supera las expectativas. Hasta casi, casi logra ser una buena película. El problema es que parece haber dos films dentro de uno: el primero es divertido y poco pretencioso, donde las cosas ocurren sin más; el otro es solemne, lleno de moralejas con ínfulas de importancia. Quienes simpaticen con Fincher podrán argumentar que uno es obra suya y el otro de Roth, lo que no es para nada cierto pero suena tranquilizador.

Hay un, digamos, realismo mágico en toda la historia. Así como nadie se asombraba en Macondo por los varios años de lluvia permanente, no se organiza aquí una gran junta médica para estudiar a Benjamin, que nació viejo y se va rejuveneciendo a medida que crece. Su caso es curioso, sí, aunque se lo acepta sin demasiados reparos.

Pero que al señor Daws le hayan caído siete rayos o que un remolcador choque con un submarino puede ser entretenido; que un reloj gire en sentido inverso o un colibrí aparezca en medio del mar o bajo una lluvia huracanada, en cambio, exaspera. Algo similar ocurre con los diálogos: "Pobre chico, sacó lo peor de su madre. Salió blanco", exclama Queenie la primera vez que ve al avenjentado bebé; "estamos destinados a perder a la gente que amamos. ¿De qué otra forma podríamos saber lo importante que son para nosotros?", alecciona, más adelante, la señora Maple. Y con las escenas: el accidente narrado desde lo que no ocurrió (aunque al final, ay, se lo sobreexplique) y las artificiosas salidas y puestas del Sol. Y con las emociones: son auténticas, sin golpes bajos, aunque recargadas.

Si David Fincher se hubiera limitado a contar la vida de Benjamin, sus peripecias y su relación con Daisy habría sido otra la película, menos solemne y mucho más atendible. Pero la cantidad de metáforas, figuras y sermones acerca de disfrutar mientras dura, aceptar la vida con lo bueno y lo malo y unos cuantos etcéteras terminan sepultándola en la mediocridad.

El curioso caso de Benjamin Button supera aquellas agoreras expectativas. Y hasta casi, casi logra ser una buena película. ■

[*] Más que una actuación, la de Pitt es una caracterización. O varias. La película parece armada para que se luzca como tipo fachero más que como actor. Pero, bueno, Kirk Lazarus ya nos había explicado en Una guerra de película (Tropic Thunder, Ben Stiller, 2008) qué hace falta para conseguir el Oscar.

Filmame mientras te mato (tercera y última parte)

Manuela Velasco en una escena de '[REC]'
Ya se ha abordado el uso de la subjetiva. También los falsos documentales. Mezclar ambos y condimentar generosamente con cámara en mano, un recurso del que algunos realizadores (Paul Greengrass acaso sea el último y más notable ejemplo) han hecho un estilo. Hornear unos años y listo: ya tenemos las películas tipo El proyecto Blair Witch. Pero la historia de los tres nabos que se pierden en el bosque no fue ni la primera ni la mejor de estas experiencias. La cuestión comenzó bastante antes, e incluso registra algunos antecedentes sospechosamente cercanos. Pero, otra vez, mejor empezar por el principio.

La cámara que filma la muerte estaba presente en Peeping Tom (Michael Powell, 1960, que en Argentina se estrenó como Tres rostros para el miedo y en España recibió el aún peor El fotógrafo del pánico), aunque allí el asesino era el portador de la cámara y su letal trípode. En sentido opuesto hay un antecedente tan macabro como real: el del argentino Leonardo Henrichsen, que en junio de 1973, mientras cubría una sublevación militar contra el gobierno democrático de Salvador Allende, filmó su propia muerte. La serie de documentales La batalla de Chile, de Patricio Gusmán, se encargó de esparcir las imágenes por el mundo en la década del setenta.


Caníbales detrás de cámara

Una de las primeras películas que abordó la fórmula del found footage o "metraje encontrado" -en su variante "gente que quedó atrapada con su cámara en el centro del horror"- fue Holocausto caníbal (Cannibal Holocaust, 1980). Dirigida por el italiano Ruggero Deodato, se trata de un film explícito, que no ahorra atrocidades de todo tipo y que, por eso, fue prohibido en unos cuantos países. Como varias harían después, intentó promocionarse como real, como si lo que mostraba efectivamente hubiera ocurrido.

Perry Pirkanen y Francesca Ciardi en 'Holocausto caníbal'Cuatro jóvenes, audaces e inescrupulosos documentalistas se internan en la selva amazónica para registrar la vida de tribus caníbales. Unos meses después no hay noticias de ellos, por lo que un canal de televisión envía a un antropólogo, el profesor Harold Monroe, a averiguar qué pasó y realizar un documental al respecto. Monroe descubre que fueron asesinados y logra recuperar el material que habían grabado. A medida que va revisando las cintas advierte que los jóvenes manipularon a los lugareños al servicio de sus propios intereses: lograr imágenes impactantes que les garanticen éxito y fortuna.

Toda la película es una gran canallada, que hecha mano justamente a lo que condena. Se sabe que Deodato filmó en la selva colombiana y no dudó en matar animales para la realización del film. Hay una escena particularmente desagradable, previa al hallazgo de las cintas, en la que matan a una rata frente a cámaras. El director elige en ese momento hacer un zoom de aproximación. Para ponerlo en términos de Jacques Rivette, quien decide utilizar ese recurso en ese momento sólo merece el más profundo desprecio. Sobre el final, cuando se conoce la suerte de los cuatro jóvenes y el canal decide no realizar el documental, el profesor Monroe se pregunta: "¿Quiénes son realmente los caníbales?". La respuesta es más que clara.


Un par de antecedentes

Dejemos de lado las películas que se ubican fuera del género de terror, como 84 Charlie Mopic (Patrick Sheane Duncan, 1989) y sus similares September Tapes (Christian Johnston, 2004) y Redacted (Brian De Palma, 2007), que aunque adoptan -en sus escasos aciertos y varios errores- una estructura similar son más complejas y persiguen objetivos diferentes.

Dentro del fantástico, en los últimos diez o doce años el recurso del found footage fue varias veces retomado. Antes de El proyecto Blair Witch hubo dos iniciativa similares, demasiado similares, que pasaron desapercibidas. Una, la primera, fue el telefilm Alien Abduction: Incident in Lake County, dirigido por Dean Alioto y estrenado en enero de 1998.

Mientras celebra el Día de Acción de Gracias una familia recibe la inesperada visita de una nave extraterrestre, y todo es registrado por el hijo menor, Tommy, con su cámara de video. La película muestra las cintas halladas y las va mezclando con el testimonio de diversas personalidades que opinan sobre la veracidad del documento. Aunque logra algunos buenos climas, se trata de un film flojo, descuidado y sin ideas. Pero su interés radica en que fue una de las primeras realizaciones de este tipo y en que contiene varios de los recursos que luego utilizarían todas las demás.

Rein Clabbers y Lance Weiler en 'The Last Broadcast'La segunda fue The Last Broadcast (octubre de 1998), film de bajísimo presupuesto dirigido por Stefan Avalos y Lance Weiler. Aquí se la pudo ver durante el primer Bafici, donde llegó con el dudoso mérito de ser el primer filme en estrenarse en Estados Unidos vía satélite: unas pocas salas se equiparon con parabólicas y proyectaron la película en formato digital, lo que ahorró algunos costos de distribución.

Con el formato de documental, The Last Broadcast reconstruye los últimos momentos de cuatro hombres, dos de ellos realizadores de un programa de cable, que se internaron en el bosque en búsqueda del mítico Diablo de Jersey. De entrada se sabe que tres fueron asesinados y que el cuarto, condenado por la matanza, murió en la cárcel. Con entrevistas a gente cercana a los hechos y el found footage, el realizador analiza el caso hasta arribar a una conclusión diferente. Ahí es cuando imprevistamente cambia el punto de vista y se revela la farsa.


El guión omnipresente y otros problemas

Y entonces sí, el 25 de enero de 1999 apareció en el Festival de Sundance El proyecto Blair Witch, que luego pasó por Cannes y en julio de ese año se estrenó comercialmente en Estados Unidos. Apuntalada por un (otro) falso documental, titulado Curse of the Blair Witch, que intentaba acrecentar el misterio, la película se convirtió en un rotundo blockbuster: costó alrededor de 60 mil dólares y recaudó más de 140 millones sólo en cines estadounidenses.

Vista hoy en DVD, a diez años de su estreno, la realización de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez pierde casi todo el encanto que pudo tener en su momento. Un trío de jóvenes con muchas ganas y ninguna idea que se pierde en el bosque, no deja de cometer estupideces y discutir trivialidades y se asusta con unas ramitas: la nada misma filmada a dos cámaras y con un guión que, al contrario de lo deseado, se deja ver en cada plano.

Es que El proyecto..., al igual que sus precedentes y sucesoras, tiene un problema: la permanente tensión, en general mal resuelta, entre las pretensiones de realidad y la necesidad de contar una historia, como se planteó en la segunda entrega de esta serie de entradas. O, en otras palabras, los intentos por ocultar un guión que siempre está ahí.

Así, generalmente las películas se tornas inverosímiles y forzadas. Y no me refiero sólo a la justificación que se encuentra en la ficción para seguir filmando en medio del horror, algo que suele tener una excusa más o menos plausible. Cloverfield (Matt Reeves, 2008) desperdicia sus primeros 18 minutos en una aburrida introducción de los personajes: necesita dotarlos de un pasado para los 65 restantes. En los finales de [Rec] (Jaume Balagueró y Paco Plaza, 2007) y su remake Cuarentena (Quarantine, John Erick Dowdle, 2008) la periodista y el camarógrafo, refugiados en el altillo luego de escapar de los zombies, en una situación límite, se dedican a filmar las paredes empapeledas con recortes de diarios y a escuchar grabaciones: hace falta explicarle al espectador el origen de la infección. En El proyecto... cuando pierden el mapa no se les ocurre mirar la detallada filmación que habían hecho de él: sería el fin de la historia.

Heather Donahue le habla a la cámara en 'El proyecto Blair Witch'El guión está presente, siempre, aunque pretendan ocultarlo detrás de una apariencia de realidad, con tomas fuera de foco o que apuntan hacia el piso y esquizofrénicos movimientos de cámara. Todo esto sin contar que las películas suelen apelar a una disimulada musicalización (o sonorización) en búsqueda de resaltar climas y sensaciones. George A. Romero, más apegado a las formas clásicas, resolvió esto último con una película dentro de otra, lo que de todos modos no lo disculpa por haber ofrecido en El diario de los muertos (Diary of the Dead, 2007) la peor entrega de su pentalogía de zombies.

El found footage -recurso que parece agotado- presenta un segundo inconveniente, que se trató en la primera entrega de esta saga. ¿Cómo sentir algo ante la muerte de Pablo, el camarógrafo de [Rec], si en toda la película no se vieron más que sus pies? Lo mismo ocurre con el no muy lúcido Hud en Cloverfield. La identificación con los personajes es más compleja de lo buscado; de allí que nunca falte la escena en que alguno de los involucrados habla a cámara.

Pero estas películas plantean un tercer problema, acaso el más interesante. El terror no necesita este tipo de artilugios para acrecentar su sensación de realidad porque -vaya paradoja- es en términos relativos el más realista de todos los géneros. Es más o menos probable que alguna vez presenciemos un accidente de tránsito, un tiroteo, el robo de un banco e incluso la caída de un avión. Pero jamás nos toparemos con un vampiro, un zombie o el mismísimo diablo. Y sin embargo en el cine, frente a las imágenes, no dudamos de su existencia. La presencia de lo fantástico se torna estremecedoramente convincente.

Quienes sostengan lo contrario que no mientan. Que cuenten si no dudaron alguna vez en dejar la cortina de la bañera abierta luego de ver el asesinato de Marion Crane; si no rezaron para que arranque el auto de Barbra en el cementerio; si no sintieron náuseas junto al Padre Merrin en la helada habitación; si no gritaron a la par de Sally Hardesty cuando la perseguían en medio del campo; si no se inquietaron durante los paseos en triciclo de Danny Torrance por el no tan desolado hotel; si no imploraron que Nancy Thompson no se quede dormida... Por mencionar sólo algunos casos tan horrorosos como ficticios. ■

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