En
Jinetes del espacio (
Space Cowboys, 2000), Clint Eastwood, por entonces de 70 años, pidió que no nos olvidemos de los viejitos. La película, aunque mediocre, tiene su interés. Hay un satélite perdido en el espacio cuya tecnología es tan antigua que nadie sabe usarlo. Entonces convocan a cuatro ex pilotos para que colaboren. Eastwood, Tommy Lee Jones, Donald Sutherland y James Garner viajan al espacio y solucionan el problema. Moraleja: los viejos tienen una sabiduría que lo nuevo necesita.
ROCKY BALBOA (2006)
Fecha de estreno: en Estados Unidos, 20 de diciembre; en Argentina, 1 de marzo de 2007. País: Estados Unidos. Duración: 102 minutos. Dirección: Sylvester Stallone. Producción: William Chartoff, Kevin King, Charles Winkler y David Winkler. Guión: Sylvester Stallone. Fotografía: J. Clark Mathis. Montaje: Sean Albertson. Música: Bill Conti. Elenco: Sylvester Stallone (Rocky Balboa), Burt Young (Paulie), Antonio Tarver (Mason "The Line" Dixon), Geraldine Hughes (Marie), Milo Ventimiglia (Robert Jr.), James Francis Kelly III (Steps).
Sylvester Stallone no es Clint Eastwood. Entonces su conflicto entre lo viejo y lo nuevo se resuelve de otra manera, un tanto más burda: a los golpes.
Rocky Balboa regresa para cerrar una larga saga pero también, y a su manera, decir que no olvidemos a los viejitos. O, más bien, a demostrar que él, un viejito, puede soportar los golpes de lo nuevo y seguir en pie. Es que, a diferencia de
Jinetes..., aquí el desafío es individual.
Stallone, director y guionista de la película, encontró una buena excusa para esta sexta parte. ESPN realiza una pelea virtual por computadora entre Rocky y el actual campeón, Mason "The Line" Dixon (interpretado por el ex campeón mundial Antonio Tarver), para ver quién es el mejor. Entonces al semental italiano le pica el bichito del regreso; siente algo dentro, como le explica a Paulie mientras se pasa la mano por el pecho. Una convincente y millonaria oferta de dos managers hace el resto. Nos vamos a Las Vegas.
En el medio hay una historia simplona y bastante previsible, que plantea pero no termina de resolver algunas cuestiones: el incipiente romance con una camarera, la relación de Rocky con el hijo de ella, el despido de Paulie. Una música repetitiva que intenta remarcar las emociones. Y demasiadas frases con pretensiones aleccionadoras, aforismos tan directos y sencillos como un jab a la mandíbula. A su modo (que, sabemos, no es el mejor) Rocky planta bandera ante un mundo que ya no es el que era. Quienes busquen defenestrar encontrarán un motivo en cada plano.
Pero en el medio también está Bill Conti y su
Gonna Fly Now. Basta que suene la música y se sucedan las imágenes (el trote en la calle, los golpes a las medias reses, los huevos crudos como bebida, la subida de las escaleras del Museo de Arte de Philadelphia) para revivir uno de los grandes momentos de la cultura popular de los últimos treinta años. Están los conflictos interiores de un tipo limitado pero con muchas ganas. Y está la pelea final, tan exagerada y ficcionalizada como las anteriores, en la que Rocky se demuestra que sí, que los viejitos pueden mantenerse de pie en un presente totalmente distinto.
Se trata de un final digno para una saga despareja, con varios aciertos (la
primera) y unos cuantos errores (la
tercera), con atroces intrusiones reaganianas (la
cuarta), pero que durante más de 30 años garantizó, aun en sus puntos más bajos (aquella
quinta e innecesaria entrega), un buen entretenimiento. ■